Desde el culto egipcio de Horus, al indo-iranio de Mitra, pasando por las demás culturas clásicas, todas celebraron el renacimiento anual del Sol, como divinidad procreadora. Prácticamente todos los pueblos de la antigüedad, han solemnizado con diversos festejos y rituales ígneos la llegada del Solsticio de Invierno.
En estos ritos, con hogueras, quema de troncos, de muñecos, etc., se pretendía "animar" la energía del Sol para que renaciese acrecentada, difundiendo sobre la Madre Tierra su poder regenerador en todos los seres vivos, ya fuesen cosechas, rebaños, o humanos.
Uno de los rituales de la cultura céltica, para estas fechas, consistía en un tronco de árbol, preferentemente la sagrada encina, que adornaban con acebo, hiedra, muérdago y otras plantas siempre verdes. Colocado en el lugar de honor, dentro de la vivienda, durante varios días todos los miembros de la familia le pedían deseos, tocando su corteza, tras ofrecerle regalos en forma de golosinas y pequeños objetos.
En la noche del solsticio, la madre o la abuela, colocaba el tronco sobre el hogar y le prendía fuego, utilizando para ello un tizón medio carbonizado del tronco del año anterior. Luego, se le dejaba arder, lentamente, mientras se repartían entre todos las golosinas y regalos ofrecidos al tronco.
De su combustión, se procuraba guardar otro tizón para encender el tronco del siguiente solsticio, así como las cenizas que eran conservadas como talismán contra diversos males: enfermedades, tormentas, sequías, plagas, etc.
Este ritual, a pesar de la imposición de la mitología judeo-cristiana, ha sobrevivido a través de los siglos en multitud de culturas, sincretizándose con las nuevas creencias.
En Italia, el tronco se conoce como “Ceppo”, en Inglaterra como “Yule Long”, en Francia como “Bûche de Nöel” y en Alemania como “Christbrand”.
Cuando, a partir de fines del s.XIX, comenzaron a desaparecer las chimeneas, sustituidas por las estufas de carbón, la tradición de quemar el tronco se fue restringiendo al ámbito rural, donde todavía subsiste en lugares muy concretos. En el resto de lugares, se sustituyó por un pequeño tronco, decorado con ramitas de acebo y velas, como adorno de Nadal.
En Francia, durante el citado s.XIX, el pastelero Pierre de Lacam decidió reconvertir el “Bûche de Nöel” dándole un giro comercial a la tradición. Así nació el dulce de igual nombre: un bizcocho delgado, enrollado en espiral, relleno de crema, castañas y almendras, cubierto por una capa de chocolate que imita las rugosidades del tronco de árbol al que sustituye. Y rematado con hojas de mazapán, setas de merengue y otras dulces fantasías.
En las diversas regiones de Celtiberia, de norte a sur, la costumbre estuvo también muy extendida, hasta hace relativamente poco.
Por Sierra Mágina (Jaén), llamaban al tronco “el Nochebueno”. Se trataba de un tronco de olivo “santificado” con agua bendita, aguardiente, o aceite. Las casas se adornaban con guirnaldas de hiedra o acebo y manojos de muérdago, para protegerse de visitas indeseables.
Durante la Nochebuena, junto al tronco, se dejaban dulces para la chiquillería, luego era encendido por el miembro más joven y el más viejo de la familia. Sentados a su alrededor, se cantaban villancicos y se contaban antiguas historias. Los tizones, o cenizas, se guardaban para arrojarlos a la calle durante las tormentas y, mediante este acto de magia profiláctica, deshacerlas o volverlas inofensivas.
En Euskadi, recibe diversos nombres según comarcas, “Gabonzuzi”: Tea de Nochebuna, o “Porrondoko”: Tronco Grande, etc., cuyas cenizas tienen poderes mágicos.
Los niños identifican el tronco con el “Olentzero”, un personaje escapado de las creencias pirenaicas. Gigante primigenio, trasmutado en carbonero, dicen que baja a los valles para castigar a los niños malos y premiar a los buenos con golosinas. El muñeco que lo representa es quemado como fin de fiesta, mientras le cantan coplillas: “Erre pui erre quémale el culo a Galerre, erre pui errín quémale el culo a Don Crispín”.
En el moderno Olentzero, se oculta el recuerdo de los viejos Jentilak pirenaicos, aquellos gigantes borrachines y camorristas, al tiempo que bonachones benefactores de la humanidad, todo ello entrelazado con el mágico tronco del solsticio invernal.
Por Aragón, el tronco es conocido como “Tronca de Nadal”, o “Tizón de Nadal”. Mediante su quema, la familia busca propiciar la bonanza de sus miembros y la prosperidad para su hacienda.
La tronca o “toza” más grande de la leñera, se reserva para Navidad y en un hueco al efecto se guardan golosinas. El día de Nochebuena, los niños realizan el rito de “hacer cagar la tronca”. Primero se “bautiza” con aguardiente, o vino, luego la golpean con palos, entonando el estribillo: “Tronca de Nadal, manda al mayoral que nos de confites la noche pascual”, o el menos elegante: “caga tronca, caga ya, los dulces de Nadal”.
Cuando la chiquillería ha obtenido los confites, la tronca se quema lentamente. La ceniza se conserva por sus poderes fertilizantes, protectora de animales y personas, las astillas a medio quemar se guardan en el sobrado como protección contra los rayos.
Ya en el s.XVII, la abadesa del Monasterio de Casbas (Huesca), Ana Abarca de Bolea, recogía esta tradición:
“Toz la claman buena noche,
dirálo la colazión
y lo tizón de Nadal
que ye nombrado tizón”.
En Cataluña se conoce como “El Tió”, o Tronco de Nochebuena. Antaño era bendecido, colocado en el hogar el día de Nochebuena y encendido para que ardiese lentamente. En la comida, el pan estaba amasado con la harina de la primera gavilla de la última siega y se servía el vino nuevo, de la reciente vendimia. Era como reiniciar el discurrir del tiempo, poner en marcha el siguiente ciclo vital que el sol nuevo debía propiciar.
En la actualidad la tradición del “fuego nuevo” ha quedado reducida al entorno infantil. El “Tió” es un leño “humanizado”, tocado con la típica barretina y un rostro sonriente pintado en un extremo del leño. La chiquillería lo golpea, mientras le canta: “Tió, caga torró. Si no en vols cagar, un cop de bastó”: Tió, caga turrón. Si no quieres cagar, un golpe de bastón.
El sincretismo judeo-cristiano, justifica los poderes obsequiosos del “Tió”, mediante una leyenda: los pastores que iban para venerar al Niño Jesús, no tenían presentes que ofrecerle, así que le entregaron su comida y ellos se quedaron sin cena. Cuando regresaban, se detuvieron a descansar sobre un tronco y entonces salieron de él todo tipo de ricos alimentos...
Sea como fuere, el “Nochebueno”, “Olentzero”, “Tizón de Nadal”, o “Tió”, aunque las gentes ya no lo recuerden, continúa perpetuando un ritual que se pierde en la noche de los tiempos, mediante el cual se entregaba al fuego purificador todo lo caduco, lo agotado, para poner el tiempo a cero y que el mundo comenzase a girar de nuevo.
Un rito referido al solsticio invernal, cuando el “viejo Sol” da paso al “Sol nuevo”, anunciando que, un año más, el ciclo vital del universo renace de sus cenizas.
Que el simbólico “tronco” os obsequie con su mejores “golosinas”.
Salud y fraternidad.