gustan por igual, en su madurez,
de los gatos fuertes y dulces, orgullo de la casa,
que como ellos son frioleros y como ellos sedentarios.
Amigos de la ciencia y de la voluptuosidad,
buscan el silencio y el pavor de las tinieblas;
el Erebo se hubiera apoderado de ellos para sus correrías fúnebres,
si hubieran podido ante la esclavitud inclinar su arrogancia.
Adoptan al soñar las nobles actitudes
de las grandes esfinges tendidas en el fondo de las soledades,
que parecen dormirse en un sueño sin fin;
sus grupas fecundas están llenas de chispas mágicas,
y fragmentos de oro, cual arenas finas,
chispean vagamente en sus místicas pupilas”.
(Charles Beaudelaire, El gato).
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(Charles Beaudelaire, El gato).
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Mientras medito, ante los clásicos, se me ocurre una reflexión. Aunque nunca he sido amigo de tronos ni monarcas, me causa cierta simpatía el emperador de los dos números, Carlos I de España y V de Alemania, por la fina psicología que demostró poseer sobre lo divino, lo humano, y lo felino, cuando pronunció esta frase:
“Hablo en castellano a Dios, en francés a los hombres, en italiano a las mujeres... y en latín a mi gato”.
A buen entendedor...
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Salud y fraternidad.
“Hablo en castellano a Dios, en francés a los hombres, en italiano a las mujeres... y en latín a mi gato”.
A buen entendedor...
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Salud y fraternidad.