Si, hace poco, nos sonreíamos con las curiosas contradicciones que la “Semana Santa” producía entre los celtíberos andalusíes, ahora nos asombraremos con una peculiaridad que dicha fiesta religiosa posee entre los “cristianos viejos” del celtíbero Reino de León. Nos contaban, unos autóctonos, la siguiente anécdota sucedida hace años a una pariente, cuando era niña de corta edad.
Se prepara la familia para salir de paseo, y entre los adultos se conversa más o menos así:
-Primero, vamos a tal y tal sitio.
-Vale, ¿y luego?
-Hombre, luego vamos a “matar judíos”.
Y la niña pequeña, que no sabía si había oído bien, pregunta amoscada.
-¿A dónde vamos...?
-A pasear y “matar judíos”, hijita.
Luego de pensarlo, un momento, con esa naturalidad infantil que acepta los disparates más grandes con total naturalidad, la niña apostilló.
-Bueno, pero el mío que sea pequeñín.
Carcajada general y turbación de la pequeña, que no entendía por qué los adultos se reían de su lógica aplastante. ¿No era normal que el suyo fuera “pequeñín”? ¿Cómo iba ella a poder matar nada de un tamaño superior o igual al suyo?
.
La explicación a este despropósito, “políticamente incorrecto”, es que en la zona de León llaman “salir a matar judíos”, a la muy sana costumbre de “ir a limonadas” por los bares, durante la “Semana Santa”. Entendiendo por “limonada”, lo que en otros lugares de Celtiberia llaman “sangría”.
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El origen de esta costumbre, que hoy está exenta de connotaciones xenófobas, es incierto. Hay quien dice que es una forma de “venganza incruenta”, que por la ejecución de su Dios se tomaban los seguidores de la nueva religión, y en la que cada vaso de limonada tomado, simbolizaba la muerte de un judío.
Otra versión, afirma que durante las sangrientas luchas entre las comunidades judías leonesas de Santa Ana, Puente Castro y San Martín, algunos “cristianos viejos” tomaron partido por determinado bando, y tras “animarse” con generosas dosis de vino salieron a participar en la degollina “interracial”.
Una tercera y feroz opinión, pontifica que tras el Edicto de los Reyes Católicos (1492) y el Decreto de Felipe III (1609), no quedaron judíos en Celtiberia a los que eliminar o expulsar, por lo que, para “matar el gusanillo”, se inventó lo de la limonada como sustituto de tan feroces intenciones.
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Hay, sin embargo, una explicación más lógica y menos frecuente. La de que “matar judíos”, bajo la forma de libar generosamente limonada o sangría, es tan solo un pretexto barroco, inventado para saltarse a la torera la “abstinencia pascual”. Ello se deduce de una cuarta opinión para este fenómeno, la de quienes afirman que al “estropear el vino”, de esta manera, se hace penitencia imitando el vinagre que los romanos dieron a beber a su dios en la cruz. Es una bonita forma de “hacer virtud de la necesidad”, o como dijo aquel “La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud”. Porque juzguen en que consiste la “gran penitencia” de “estropear” el vino: Se toman 5 litros de vino, 1 de agua, 1 kilo de azúcar, un kilo de limones y dos ramas de canela; a los que, al gusto, se añaden, higos, naranjas y un “toque” de orujo; se pone todo en una tinaja de barro, y se deja en reposo una semana. El resultado es un líquido, que duda cabe, “completamente penitencial”...
Desde luego, aunque no seamos violentos, ni seguidores de la nueva religión, a esa “penitencia” y a esa “matanza” suya, nos apuntamos de muy buen grado.
.
Salud y fraternidad.
Se prepara la familia para salir de paseo, y entre los adultos se conversa más o menos así:
-Primero, vamos a tal y tal sitio.
-Vale, ¿y luego?
-Hombre, luego vamos a “matar judíos”.
Y la niña pequeña, que no sabía si había oído bien, pregunta amoscada.
-¿A dónde vamos...?
-A pasear y “matar judíos”, hijita.
Luego de pensarlo, un momento, con esa naturalidad infantil que acepta los disparates más grandes con total naturalidad, la niña apostilló.
-Bueno, pero el mío que sea pequeñín.
Carcajada general y turbación de la pequeña, que no entendía por qué los adultos se reían de su lógica aplastante. ¿No era normal que el suyo fuera “pequeñín”? ¿Cómo iba ella a poder matar nada de un tamaño superior o igual al suyo?
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La explicación a este despropósito, “políticamente incorrecto”, es que en la zona de León llaman “salir a matar judíos”, a la muy sana costumbre de “ir a limonadas” por los bares, durante la “Semana Santa”. Entendiendo por “limonada”, lo que en otros lugares de Celtiberia llaman “sangría”.
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El origen de esta costumbre, que hoy está exenta de connotaciones xenófobas, es incierto. Hay quien dice que es una forma de “venganza incruenta”, que por la ejecución de su Dios se tomaban los seguidores de la nueva religión, y en la que cada vaso de limonada tomado, simbolizaba la muerte de un judío.
Otra versión, afirma que durante las sangrientas luchas entre las comunidades judías leonesas de Santa Ana, Puente Castro y San Martín, algunos “cristianos viejos” tomaron partido por determinado bando, y tras “animarse” con generosas dosis de vino salieron a participar en la degollina “interracial”.
Una tercera y feroz opinión, pontifica que tras el Edicto de los Reyes Católicos (1492) y el Decreto de Felipe III (1609), no quedaron judíos en Celtiberia a los que eliminar o expulsar, por lo que, para “matar el gusanillo”, se inventó lo de la limonada como sustituto de tan feroces intenciones.
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Hay, sin embargo, una explicación más lógica y menos frecuente. La de que “matar judíos”, bajo la forma de libar generosamente limonada o sangría, es tan solo un pretexto barroco, inventado para saltarse a la torera la “abstinencia pascual”. Ello se deduce de una cuarta opinión para este fenómeno, la de quienes afirman que al “estropear el vino”, de esta manera, se hace penitencia imitando el vinagre que los romanos dieron a beber a su dios en la cruz. Es una bonita forma de “hacer virtud de la necesidad”, o como dijo aquel “La hipocresía es el homenaje que el vicio rinde a la virtud”. Porque juzguen en que consiste la “gran penitencia” de “estropear” el vino: Se toman 5 litros de vino, 1 de agua, 1 kilo de azúcar, un kilo de limones y dos ramas de canela; a los que, al gusto, se añaden, higos, naranjas y un “toque” de orujo; se pone todo en una tinaja de barro, y se deja en reposo una semana. El resultado es un líquido, que duda cabe, “completamente penitencial”...
Desde luego, aunque no seamos violentos, ni seguidores de la nueva religión, a esa “penitencia” y a esa “matanza” suya, nos apuntamos de muy buen grado.
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Salud y fraternidad.