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Hasta la más cruda tormenta tiene un final, las nubes se abren y rayos de sol avanzan, con timidez, proclamando el próximo cielo despejado. Así, el tiempo invernal no es otra cosa que un paréntesis antes de la fecunda primavera y el fértil verano. Trabajemos, para que este paréntesis nos sea lo más cómodo posible.
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La Luna, ese exacto cronómetro cósmico, sin manecillas, de minutero ni segundero, juega al escondite con los árboles desnudos. Ella sabe, que en el interior, su ánima de madera bulle secretamente llena de vida, para renacer a no mucho tardar. ¿Seremos capaces, como ellos, de volver a brotar siguiendo los ritmos lunares?
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El trayecto no es fácil, pues los caminos del solsticio de invierno son fríos, húmedos, aparentan estar yermos, y pueden hacer brotar nostalgias olvidadas. Pero no son caminos estériles, bajo las hojas secas, trabaja un ejército de duendecillos habilidosos, mezclando energías vitales en las redomas de sus laboratorios subterráneos. Allí, llenan de savia fresca los depósitos de las plantas para surtir los motores de la primavera.
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No nos dejemos vencer por las apariencias, en este universo dormido, gris y silencioso, a veces puede parecernos que hemos perdido el rumbo, que es muy larga la travesía, e incierta la arribada. Pero no hay que desfallecer, lo que ha de venir, vendrá. Y si la tormenta nos extravía, eso es señal cierta de que estamos volando. No ha de faltarnos ayuda, para retornar al rumbo exacto.
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Cuando desembarquemos en alguna de las muchas costas, que tienen los mares del espíritu, que no nos preocupe si son grises y escarpadas, si están repletas de afiladas rocas, que es preciso sortear para acceder a tierra firme. Buscando con cuidado, encontraremos ese acceso oculto, esa vereda, por la que transitar hasta el refugio interior.
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Que la Diosa Madre os dé, serenidad en la abundancia y tranquilidad de espíritu en la adversidad.
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