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Que la Diosa Madre os dé, serenidad en la abundancia y tranquilidad de espíritu en la adversidad.
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Un sacerdote de inquebrantables convicciones, y que a pesar de ello, o precisamente por eso, era severo con su alma, e indulgente con las almas de los prójimos. Dispuesto a escuchar y hablar, a dar su opinión sin menospreciar la del otro, a defender sus creencias sin imponerlas y con absoluto respeto hacia las ajenas. Su actitud humana y tolerante, le atrajo el respeto de sus feligreses y de quienes no lo eran, de modo que, siguiendo con las comparaciones de su fe, podríamos afirmar que, en su labor pastoral, actuó como aquel hombre de "la parábola del buen administrador", al que su amo dio unos dineros que él se preocupó de administrar sabiamente, de forma que produjeron grandes ganancias al señor.
. Ahora, a las puertas del otoño, se ha cumplido su tiempo, y este buen pastor ha dejado el mundo terrenal. Si existe alguna divinidad bondadosa, como aquella en que Don Bernardino creía a pie juntillas, estamos seguros que lo ha sentado a su diestra, donde descansará de todos los sinsabores que hubo de soportar durante su estancia en la Tierra, y se verá recompensado por el trabajo bien hecho. Hoy, si existe algo de verdad en esa religión a la que, este buen sacerdote, sirvió fielmente, el Diablo y todos sus secuaces habrán sufrido un tremendo berrinche, porque una gran alma humana ha pasado volando sobre ellos, con destino directo a los cielos, sin escalas ni trasbordo.
Quienes lo conocimos, mucho o poco, sentiremos el vacío de su ausencia, pero nos consolaremos con el recuerdo de su grata compañía, su amable trato, y su cálida humanidad.
Hasta siempre Don Bernardino.
Salud y fraternidad.