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En la Antigua Religión, existe la creencia en unos espíritus femeninos de los árboles. Estas bellas ninfas, hijas de la Madre Tierra, son de dos clases: las Dríades, que vagan libremente de un árbol a otro, aunque prefieren los robles, y las Hamadríades, asociadas a un árbol concreto. Se dice que su piel y cabellos cambian de color con las estaciones, para adaptarse al color de los bosques. Hablan el lenguaje de las plantas y saben comunicarse con todos los seres de la naturaleza. Su melodioso canto, puede oírse en el susurro de las hojas agitadas por la brisa. Se dice que druidas y druidesas podían comunicarse con estas ninfas, porque sus pociones a base de muérdago ponían sus espíritus en comunicación con los de los árboles.
Tales ninfas están ligadas al árbol en cuyo interior habitan, y viven tanto como él. Pueden influir en su crecimiento vegetativo, haciendo que brote o florezca antes de tiempo, o retrasando la caída de sus hojas y su hibernación invernal. Tienen poder para protegerlo contra quienes pretendan dañarlo, mediante hechizos, pero mueren si el árbol muere. De ahí que, antiguamente, los leñadores realizasen ofrendas a los árboles antes de emprender su labor. Porque la maldición de estas ninfas, aunque tarde, acaba alcanzando a quienes les causen daño.
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Salud y fraternidad.
Tales ninfas están ligadas al árbol en cuyo interior habitan, y viven tanto como él. Pueden influir en su crecimiento vegetativo, haciendo que brote o florezca antes de tiempo, o retrasando la caída de sus hojas y su hibernación invernal. Tienen poder para protegerlo contra quienes pretendan dañarlo, mediante hechizos, pero mueren si el árbol muere. De ahí que, antiguamente, los leñadores realizasen ofrendas a los árboles antes de emprender su labor. Porque la maldición de estas ninfas, aunque tarde, acaba alcanzando a quienes les causen daño.
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Salud y fraternidad.
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