sábado, 17 de diciembre de 2011

¡Solsticio nuevo, del laberinto al 30...!

Que en este nuevo solsticio, los dados del destino os concedan los mejores números, para avanzar felizmente por ese tablero, lleno de trampas y sorpresas, que es el Juego de la Vida.

Y si caéis en el laberinto, no os preocupe, podéis volver a la casilla 30 y seguir jugando...

Porque como dijo el clásico, Publilius Syrus:
"occasio aegre offertur, facile amittitur".
[La ocasión se presenta con dificultad, pero se pierde fácilmente].

Lo que Ruíz de Alarcón, expresó en forma versificada:

"Tiempo, lugar y ventura
muchos hay que lo han tenido,
pero pocos han sabido
gozar de la coyuntura". 

Salud y fraternidad.

martes, 29 de noviembre de 2011

Diego Martín Aguilera (1757-1799), "el brujo volador".

A tono con la anterior entrada, donde narrábamos las peripecias del señor "Centella", artesano-artista de la madera, vaya esta nueva entrada, sobre otro artesano de la madera, algo más añejo y atrevido, quien obtuvo resultados más inciertos que los de nuestro buen luthier cordobés.

Cuando el rey García I de León, encomienda en 912 al Conde de Castilla, Gonzalo Fernández de Burgos -padre de Fernán González-, la repoblación del área del Duero, entre Clunia, San Esteban de Gormaz y Haza, se levanta la nueva población y fortaleza de Clunia, sobre un cerro, al sur de la primitiva ciudad romana, que hoy conocemos como Coruña del Conde.
El cambio de emplazamiento, viene motivado porque desde allí se tiene un mejor control de la calzada, que sube del Duero hacia el norte, y de los dos puentes romanos que atraviesan el río Arandilla. Siguen años en que la ciudad está, alternativamente, en poder de musulmanes o castellanos, a estos últimos pasará definitivamente en 1011. A partir de esa fecha, su nombre se va corrompiendo: Cluña, Crunna, Curuña, hasta llegar al que lleva hoy.
Al mismo tiempo crece su importancia económica, pues habitada por castellanos, moriscos y judíos -su judería será la más numerosa de la Ribera del Duero-, goza de una intensa actividad mercantil. Hasta que la Inquisición decide actuar, sin tener en cuenta las consecuencias. Entre finales del s.XV y comienzos del XVI, moriscos y hebreos son expulsados, para a continuación perseguir ferozmente a los conversos, con tortura y hogueras como método persuasivo. Todo ello, propiciará que su importancia económica y cultural decrezca, lenta pero imparablemente, pues la actividad inquisitorial, aunque atenuada, no decreció en los siglos siguientes.
En dicho contexto social, debemos encuadrar el extraño y prodigioso suceso protagonizado por el pastor Diego Martín Aguilera, en 1793. 

El castillo de Coruña del Conde (Burgos) tiene ante sus muros un extraño artilugio, cuya silueta desentona de las medievales piedras, causando el pasmo del visitante. Se trata, nada menos que de un avión de combate, el cual se yergue ante los viejos sillares, trazando un desafiante simulacro de vuelo rasante.
Resulta ser un singular homenaje, del Ejército del Aire español, realizado en 1993, a la figura de un pastor de la localidad, Diego Martín Aguilera (1757-1799). Este joven, pobre pero emprendedor e ingenioso, inventó diferentes aparatos para facilitar el trabajo de sus convecinos, mejorando el funcionamiento de los molinos, los batanes, o la serrería de las canteras.
Por el estudio del vuelo de las aves, y de la mecánica del viento en los molinos, Diego, llegó a la creencia de poder desarrollar una máquina para volar como los pájaros. A finales del s.XVIII, trabajó durante seis años perfeccionando un artilugio volador, que construyó con ayuda del herrero local, a base de maderas, articulaciones de metal, y tela recubierta de plumas.
En la noche del 15 de mayo de 1793, llevaron el aparato a la peña más alta del castillo, y Diego se lanzó al vacío diciendo: "Voy a Burgo de Osma, de allí a Soria y volveré pasados unos días..." El pastor aeronauta consiguió alcanzar "de cinco a seis varas de altura", emprendió rumbo al Burgo de Osma y, tras haber volado "cuatrocientas treinta y una varas castellanas" -cerca de 360 m.-, tomó tierra en la orilla opuesta del río. Y ello, porque hubo de realizar un aterrizaje de emergencia, a causa de la rotura de una pieza metálica de las alas.
Este primer intento, con relativo buen resultado, habría tenido continuación, si no fuese porque los vecinos, enterados de su proeza, le tomaron unos por loco y otros por endiablado.

El prodigio de este suceso, no estuvo tanto en el aparato, ni en el vuelo, ni siquiera en llegar a tierra sano y salvo, sino en escapar de sus airados vecinos, los cuales, azuzados por los sacerdotes, tildándole de brujo diabólico, la emprendieron a golpes con el "satánico" aparato, que luego incendiaron hasta destruirlo.
Y el ingenioso pastor, incomprendido precursor del vuelo sin motor, aun tuvo suerte de poder escapar ileso, poniendo tierra de por medio durante una temporada, antes que interviniese la Inquisición. Cuando las aguas se hubieron calmado, regresó al pueblo, donde falleció a los seis años de su frustrado vuelo, cuando contaba 44 años, siendo el hazmerreir de sus incultos y supersticiosos convecinos.
¿Qué habría llegado a conseguir este ingenioso pastor, si la estulticia de sus vecinos y el oscurantismo de los clérigos no hubiesen frenado en seco su carrera?
Aunque otra interrogante nos asalta, porque no cabe duda que el astuto pastor-artesano se merecía un monumento, pero ¿se merecía este monumento, y precisamente en dicho lugar ?

[Por cierto, si el castillo les gusta, pueden comprarlo por el módico precio de 1 €. Si, si, un euro, pues el Ayuntamiento, al carecer de fondos para su restauración, lo ha puesto a la venta, con la única condición de que el comprador se comprometa a repararlo y conservarlo].

Salud y fraternidad.

sábado, 19 de noviembre de 2011

El luthier "Centella"... a la vejez "vihuelas".

En la cordobesa Plaza Pineda, casi frente por frente con el alminar de la mezquita que los Caballeros de San Juan transformaron en templo de su orden, se ve el acristalado portón de un taller anónimo, sin cartelones ni reclamos. Es un zaquizamí, de esos ante los se suele pasar sin apenas fijarse en ellos. Si no hubiese sido por los curiosos objetos, que colgaban tras los enturbiados vidrios, nosotros también habríamos pasado de largo por éste.
Y es que, tales obradores, son restos de una economía prácticamente desaparecida, una economía familiar, de artesanos enamorados de su oficio, enamorados del trabajo bien hecho, enamorados de que el trabajo de sus manos además de útil fuese bello.

A pesar de su aire de otros tiempos y otras gentes, aire caduco pero digno y honrado, el tallercito rezumaba vida. En su interior se distinguia la figura encorvada de un artesano, completamente concentrado en su labor, cualquiera que fuese, que estaba llevando a cabo sobre un banco de carpintero.
Iluminado a medias, entre el reflejo de la claridad solar y la mortecina luz de un viejo flexo, la cansada vista del hombre guiaba unas manos nudosas, pero todavía firmes, moviendo un pequeño formón, como el director de orquesta mueve la batuta. Porque, en aquel lugar y en su trabajo, a pesar de su humilde apariencia, se comportaba como el más renombrado director gobernando una filarmónica.

Nos hemos detenido a observar su trabajo, pero no queremos que nos tome por simples curiosos, o descarados turistas, y saludamos con cierta timidez, casi de puntillas, temiendo interrumpir la concentración que lo embarga.
-Buenas tardes, caballero.
-Buenas tenga usted. ¿Desea algo?
-Si no le molestamos, ¿le importa que entremos, a verle trabajar? Es que, nos admira ver como hacen su labor los artesanos y, por las señas, usted parece serlo. Y no de los malos.
-Hombre, uno en su modestia hace lo que puede. ¡Pero pasen, pasen, que no molestan!
-Quedan ya tan pocos de esta "raza", y usted perdone la forma de señalar, que nos parece un privilegio poder contemplar alguno de vez en cuando.

El formón continúa surcando la madera, con movimientos cortos, rítmicos y calibrados, hiende el leño y extrae pequeñas virutas, preparando el hueco donde luego incrustará unas pequeñas piezas, realizadas con maderas de otro color, para conformar fantásticas geometrías cromáticas. 
-Y ¿lleva usted muchos años en este oficio?
-Muchos, si señor, muchos. Toda la vida, no le digo más.
-¿Haciendo siempre estas artesanías?
-No que va, a esto sólo me dedico desde que estoy jubilado. Ahora ya puedo hacer lo que me gusta de verdad. Antes tenía que hacer muebles corrientes y trabajos de carpintería, era lo que daba de comer y había que ganarse la vida. Ahora con la pensión me apaño, y con esto la complemento un poco, al tiempo que me distraigo. Ya me ve, a la vejez...

-Pues resulta una distracción muy artística, si señor. ¿Y de qué se trata esta pieza?, si no es indiscrección.
-¡Qué va, hombre! Estoy acabando una mesita, este es el pie central.
-Parece un trabajo bastante laborioso, de mucha precisión.
-La cosa requiere ser muy detallista, si no... se estropea en un momento el trabajo de un mes.
El artesano, deja su labor por un instante y, como si de un truco de manos se tratase, de un invisible bolsillo saca el viejo pañuelo para secarse el sudor, que perla su arrugada frente a causa de trabajar inclinado tan cerca del flexo, un trasto que calienta más que ilumina.
Aprovecha la pausa y toma, de un rincón, el tablero de la mesita, ya acabado, un primor que nos muestra con el orgullo del trabajo bien hecho.
-¿Es marquetería, esto que está haciendo ahora?
-Incrustación, taracea y marquetería, las tres cosas a un tiempo. Esta mesa tiene todos esos trabajos, y no se crea, que ni siquiera en los libros los distinguen bien, diccionarios he visto yo que los mezclaban y confundían.
-Pues, mucha cabeza hay que tener para realizar esto, porque no parece algo simplemente mecánico.
-Tanto que no, hay que saber de números, tener su miajita de geometría, y una pizca de imaginación.

Mientras nos explica, con su hablar pausado y cadencioso, las diferencias entre las tres técnicas que emplea, en la pieza que lleva entre manos, la vista se nos va tras los cristales de las puertas, donde cuelgan unos rústicos instrumentos, cuya aparente humildad queda desmentida por el fino trabajo de sus tapas, cuya exquisita y variada filigrana delata al autor.
-Y, estos instrumentos musicales, ¿también son obra suya?  
-Si señor, un día me trajeron uno del África, de tierra de moros, me gustó y me atreví a copiarlo. No recuerdo bien que nombre le dan por allá, antaño también los hubo por acá, rabel se llamaba, y lo mismo lo tocaban moros que cristianos. Los tengo vistos en el libro aquel, que mando hacer el rey don Alfonso el décimo, practicamente igualitos, en manos de los trovadores. Y había otros parecidos, que llamaban vihuelas.

Junto a la puerta, descansando en el umbral, se encuentra un rabel a medio hacer, secando el encolado del mástil sobre la caja.
-¡Vaya, pero si la caja está hecha de una calabaza!
-Claro, así los hacen ellos. Se corta una calabaza, de estas largas, por la mitad, antes hay que dejarla secar, o como dicen "curarla", luego se le pega el mástil, se añade la tapa, el puente, las clavijas, se barniza y pinta todo, se ponen las cuerdas, y ya está. Listo para irse con la música a otra parte.
-Hombre, eso de que ya está, ya está... vale, pero antes se ha trabajado todo con buena técnica y buen arte, sobre todo esas tapas. ¡Vaya calados, preciosos!
-Bueno, bueno, a ratitos perdidos, poquito a poco, con buen pulso, sale la cosa.
-¿Poquito a poco dice? Eso tiene su ración de arte y mucho amor al oficio.
  
En los ojos del artesano, tras los gruesos cristales de sus gafas, brilla esa lucecita de orgullo que muestran los padres cuando el hijo les sale listo como el hambre.
-Es que, cuando se trabaja a gusto, en lo que uno quiere, y sin prisas, pues parece que la cabeza funciona mejor, que se tiene más capacidad para sacar el arte, poco o mucho, que se lleva dentro.
-¿Los calados de las tapas, son de su invención?
-De todo hay, busco en los libros dibujos trazados por los moros, y luego les añado algo de mi imaginación. Otras veces, me inspiro en las cosas que decoran la Mezquita Mayor. Así me van saliendo, unas veces de una manera, otras veces de otra. Lo que no me gusta, es repetir nunca el mismo modelo, más o menos trabajados siempre los hago distintos.
-¿Y son siempre, de tres y cuatro cuerdas?
-Si, porque para uno de cinco cuerda, estas calabazas, como cajas de resonancia resultan pequeñas.

Hay mucho de matemáticas y geometría en este trabajo artesano, esos calados no salen de la nada a la primera, ni esas taraceas, marqueterías e incrustaciones se hacen solas. También hay mucho amor a un trabajo que no sólo llena los ojos, sino que complace el espíritu. Y, desde luego, tiene que haber algo más.
-Entonces, seguramente entiende usted de música, porque un luthier, un constructor de instrumentos, que no sabe de música...
-¡Ná, poca cosa, lo justito para ir tirando! Lo preciso, para no desafinar con los instrumentos.
-Lo justito y lo preciso, seguro. Y, perdone la indiscrección, ¿se venden bien estos rabeles?
-Bien, bien, lo que se dice bien... van saliendo a su aire, ahora parece haber un renovado interés por estas músicas de antaño, que hasta las mezclan con el flamenco. Hay algunos músicos, solistas o grupos, que se decantan por tales instrumentos.
A nosotros, estos rabeles nos recuerdan lejanamente aquellos morin khuur, o "vihuelas cabeza de caballo", que desde antiguo construyen los mongoles. Instrumentos de las estepas, que a través de la "ruta de la seda" llegaron hasta el próximo oriente, para pasar al norte de África y luego hasta al-Andalus. Instrumentos nómadas, declarados por la UNESCO "patrimonio de la humanidad". 

Nuestro artesano, pone tanta pasión en sus rabeles como en sus taraceas. ¿A dónde habría llegado este buen hombre, si la necesidad de los tiempos no le hubiese obligado a posponer el desarrollo de su vocación como luthier?
-Una pena tengo, y es que no son exactamente como los antiguos. Me dicen que, en los originales, las cuerdas eran de pelo de caballo, pero ahora eso resultaría muy costoso para instrumentos tan humildes.
-Pues a usted le parecerán humildes, pero a nosotros nos parecen magníficos.
El artesano calla, sonríe, algo azorado por nuestras alabanzas, se concentra de nuevo en el formón y en la pata de la mesita. Es hora de partir, y dejar al buen hombre disfrutando de su labor, de su "opus magna".
-Bien, no le molestamos más. Le estamos muy reconocidos, por sus atenciones y su tiempo. ¿Es usted tan amable, de decirnos cual es "su gracia"?
-"Centella" me llaman, de toda la vida, para lo que gusten mandar.
-Pues que sea por muchos años, y hasta mas ver.
-Que así sea, vayan ustedes en paz.
Cae la tarde de marzo, en la cordobesa Plaza Pineda, casi frente por frente al viejo y ruinoso alminar de la mezquita que los Caballeros de San Juan convirtieron en templo de su orden. Abandonamos el taller, apenas un zaquizamí, convencidos de que el señor "Centella", además de fino ebanista, es un auténtico luthier, un "luthier popular", anónimo, al que quizá la UNESCO debería tener en cuenta, porque ha sabido hacer "a la vejez... vihuelas".

Salud y fraternidad.   

viernes, 28 de octubre de 2011

Feliz Samhain y... "Memento Mori".

Ya regresa la fiesta céltica de Samhain, celebración del espíritu de los difuntos.
En la noche del 31 de octubre al 1 de noviembre, se abre la puerta de comunicación entre ambos mundos, celestial y terrenal, y los vivos pueden comunicarse con los espíritus que partieron. Es el comienzo simbólico de la "noche invernal", hora de encerrar el ganado y prender el fuego nuevo del hogar.
Para atraer los espíritus benignos, se encienden hogueras, se danza y canta a su alrededor. Para alejar a los espíritus malignos, se haces disfraces que los despisten y no sepan a quien atemorizar.
Fiesta de la muerte, lo es también de la vida, pues se celebra la unión del dios Dagda y la diosa Morrigan, señora de los espectros. Unión que propicia la fertilidad futura del mundo natural, que se adormece hasta la próxima primavera.

Memento mori: "Recuerda que morirás", es una frase proveniente de la antigua Roma, donde era utilizada para recordar la fugacidad de la vida, y la necesidad de emplear bien el limitado tiempo de que dispone el ser humano, sin incurrir en soberbia.
Los generales victoriosos, que desfilaban triunfalmente, iban acompañados por un siervo encargado de repetir, de tanto en tanto, el "memento mori", para recordarles su naturaleza humana, a fin de que ese momento de gloria no se les subiera a la cabeza.
Cuando la religión judeo-cristiana triunfó en el Imperio, el "memento mori", de frase con sentido filosófico, pasó a convertirse en amonestación o advertencia moral. Y, bajo diferentes formas de expresión, se colocó durante siglos en las puertas de los cementerios y sobre las lápidas de los difuntos, para llamar a los vivos a la reflexión sobre el rumbo de sus vidas.
Todavía hoy sobreviven, especialmente en los camposantos rurales, esos "memento mori", esas advertencias respecto a nuestro proceder vital y el fin que nos espera. Son frases tópicas, algunas hasta "en verso", que, desde un punto de vista antropológico, pueden incluso agruparse de forma temática.
Para vuestro regodeo intelectual, durante este Samhain, ahí van unos cuantos ejemplos celtibéricos. 

[Camposanto de Hoyos (Cantabria), 6 diciembre 2006]

"Aquí concluyen los mundanos gustos y principia la gloria de los justos".

[Camposanto de Camporramiro (Lugo), 19 septiembre 1987].

"Aquí acaban los placeres y gustos y empieza la carrera de los justos".

[Camposanto de Mues (Navarra), 27 julio 1982]

"Yo he sido lo que tú eres, tú serás lo que yo soy".

[Camposanto de Los Llamosos (Soria), 24 junio 1999]

"Mortal, mira y considera
con atención cual estoy:
lo que tú eres, yo era.
¡Tú serás lo que yo soy!".

[Camposanto de A Touza (Ourense), 19 agosto 1999].

"Un padrenuestro por mí,
que reces te pido, hermano,
pues sea tarde o temprano
tienes que venir aquí.
Lo que tú eres, yo fui,
lo que yo soy, tú serás,
y luego te alegrará
que te lo recen a ti".

[Camposanto de Las Ermitas (Córdoba), 20 agosto 1982]

"Como te ves, yo me vi,
como me ves, te verás.
Todo para en esto aquí,
piénsalo y no pecarás".

[Camposanto de Ayllón (Segovia), 10 julio 1983].

"El templo de la verdad es lo que ves,
no desoigas la voz que te advierte,
que todo es ilusión, menos la muerte".

[Camposanto de Madriguera (Segovia), 20 diciembre 2008].

"Templo soy de desengaño,
y escuela de la verdad.
Donde todo a voz en grito
implora !piedad, piedad!"

[Templo de Santiago Abarca (Asturias), 17 julio 2000].

"Mira pecador por ti
que la muerte a todo alcanza,
hoy vives con arrogancia,
mañana vendrás aquí".

Bueno, compadres y comadres, espero no haberos "aterrorizado" con estos "memento mori". Pero como lo que tiene que llegar, llegará a su hora, ni un minuto antes ni uno después, mientras estemos aquí procuremos guiarnos por el "carpe diem", viviendo y dejando vivir. Intentemos apurar lo poco, o lo mucho, bueno que tenga la vida, sorteando con habilidad los malos momentos. Ayudando a los otros lo más posible, y fastidiándolos cuanto menos mejor...
En esa noche mágica, haced una calabaza luminosa, encended una vela, o prended una hoguera, en recuerdo de los buenos momentos vividos con los espíritus que marcharon.
Que el nuevo ciclo anual sea todo lo propicio que os merecéis, y que la Madre Tierra proporcione lo mejor de si, según vuestras esperanzas. Feliz Samhain.

¡Mmaarrrraaamamiauuuu...! [Traducción: "Os lo desea Sir Crispín de Cheshire].

Salud y fraternidad.

lunes, 19 de septiembre de 2011

"Reutilizar" no es "reciclar"...

Reciclar, como su propio nombre indica, es "reintegrar al ciclo". Es decir, que los objetos de cristal, cartón, o metal, entre otros muchos elementos, cuando han sido desechados, son tratados industrialmente para recuperar su materia prima original, y a partir de ella crear otros objetos  nuevos.
Esto, que parece tan simple y suponemos lo comprende la mente menos desarrollada, no ha sido entendido por muchos humanos, quienes confunden "reciclar" con "reutilizar".
Reutilizar, como su propio nombre indica, es "volver a utilizar". Es decir, tomar un objeto desechado y, sin transformarlo industrialmente, o sea, empleándolo tal cual se encuentra, darle una nueva utilidad.
Esta confusión de términos, ha propiciado que nos encontremos en cualquier parte con una serie de objetos, rescatados del vertedero, que llenan el paisaje de verdaderos horrores visuales. Porque, por mucho que ciertos presuntos "alternativos" quieran vendernos esa actuación como un acto de "reciclaje", y dichos objetos como materiales "reciclados", la realidad, pura y dura, es que se trata únicamente de basura reutilizada.

Así podemos encontrar, generalmente en los campos, desconchadas bañeras en funciones de abrevadero para el gando, desgastados neumáticos como improvisados alcorques florales, o ese horror sin nombre que son los oxidados somieres empleados como cercas y puertas de huertos o gallineros.
En este contexto, la basura reutilizada más original, que hasta ahora habíamos visto, la encontramos en Tredós (Lleida), sirviendo de cerca a un pequeño huerto. Consiste en un híbrido, entre somieres y ¡tablas de esquí...! ¿Les intriga y asombra?
Pues no hay tal, porque una vez analizado el asunto, veremos que tiene una explicación lógica. La bella población de Tredós se encuentra en los Pirineos, al pie de la estación invernal de Baqueira-Beret, y un astuto agricultor aprovechó los numerosos esquis, que cada año son desechados por los deportistas de la nieve, reutilizándolos junto con algunos somieres desechados por algún hotel, para fabricarle un práctico y económico cercado al huerto familiar.
Este sencillo acto, nos habla sin embargo de la capacidad humana de supervivencia, mediante su adaptación al entorno. ¿Qué materiales abundan en la zona, esquís? ¡Pues de ellos me valgo y cerco sin esfuerzo mi terreno!

 No obstante, insistimos: eso no es reciclar, es reutilizar, esparciendo basura por doquier.

 Salud y fraternidad. 

miércoles, 20 de julio de 2011

O tempora! o mores!

Ya lo dijo Cicerón, refiriéndose a la corrupción de costumbres en su época: ¡Oh tiempos! ¡Oh costumbres! Frase que, por repetida, se ha convertido en tópica, pero que no por ello deja de tener menos vigencia.
En la autovía de Andalucía, a su paso por Andújar (Jaén), cerca del desvío hacia el Santuario de su patrona, Nuestra Señora de la Cabeza, nos encontramos con un reconfortante restaurante-cafetería-tienda de souvenirs.
Su interior, se adorna con una colorida cerámica de gusto popular, en forma de mural, que ocupa toda una pared del establecimiento. El tema representado, como no podía ser menos en tal lugar, es la aparición, sobre el olivo en que faenan los altivos aceituneros del poema, de esa peculiar Virgen Negra, Nuestra Señora de la Cabeza, que originalmente se llamó "del Cabezo" por el cerro en que se halla su santuario.
Se trata de un bonito homenaje, a la patrona celestial que recoge la devoción, la fe sencilla y los ruegos de esos esforzados agricultores jienenses, para que proteja sus cosechas, vidas y haciendas.

Sin embargo, al contemplar el conjunto mural en perspectiva, tendremos que exclamar como Cicerón: O tempora! o mores!
Junto a esa pared, flanqueando a la devota imagen sagrada, han colocado las "máquinas recreativas" del local, dos "tragaperras", y una conexión a Internet.
En los tiempos que corren, en este siglo XXI, "cambalache digitalizado y virtual", ya no basta con proteger a los honrados y laboriosos aceituneros, sean o no altivos. En este siglo, la santa Virgen, sea blanca o negra, se apode "del Cabezo" o "de la Cabeza", es traída de ídem por quienes la requieren también para protegerlos por haberse sumergido "de cabeza, pies y manos", en el diabólico mundo electrónico.
Podemos imaginar a quienes, sentados ante las ludopáticas maquinitas, van introduciendo mecánicamente, hipnotizados por sus parpadeantes lucecitas y sus monótonas musiquillas, moneda tras moneda, soñando con el premio gordo, y rezando a la Divina Patrona para que les caiga a ellos. Podemos imaginarlos pulsando los botones, a ritmo nervioso, con una mano, mientras con la otra sujetan el "móvil" sobre su oreja, pronunciando el "ábrete sésamo" de la inter-comunicación actual: "¿Dónde estás...?"
Y podemos imaginar, a los desorientados navegantes del océano de Internet, rezando para que "la red" no les atrape, para que no les contagie sus "virus", para que en sus ojos aparezca la buscada imagen, y les proporcione unos instantes de piadoso olvido sobre la estresante realidad.
Ante esta "sincrética" imagen, tanto da el ciceroniano: "¡Oh tiempos! ¡Oh costumbres!", como la zarzuelera sentencia de D. Sebastián: "¡Hoy las ciencias adelantan, que es una barbaridad!"

Salud y fraternidad.

sábado, 21 de mayo de 2011

¿Marca-páginas "divino"?

En el polifacético mundo de los objetos cotidianos, existe uno bien curioso. Nos referimos, a los popularmente conocidos como "marca-páginas" o "señaladores", esas pequeña piezas que intercalamos entre las páginas de un libro, para saber en qué punto interrumpimos la lectura y donde debemos retomarla.
No entraremos en el apartado de los "señaladores" manufacturados, es decir, aquellos fabricados ex profeso para tal función, que pueden ser de variados materiales y formas, tanto puramente decorativas como publicitarias, y darían para un tratado completo de sociología mercantil.
Sin embargo, daremos un breve apunte sobre los "señaladores" vulgarmente llamados "caseros". O sea, todo objeto que por su forma puede servir a la función que arriba indicamos.
Como aficionados a los mercadillos y ferias del libro usado, donde nos surtimos de variada literatura "desclasificada", podemos dar fe de habernos topado, entre las páginas de los viejos volúmenes examinados, con ejemplares de "señaladores" de lo más curioso e inesperado, pero que responden a una circunstancia cotidiana bien definida.
De siempre, lo más socorrido, si leemos en el transporte público, ha sido intercalar entre las páginas del libro el billete de dicho transporte: autobús, metro, tranvía, tren, etc. En caso de ejercer, el "feo vicio" de la lectura, en parque público, o banco de vía urbana, puede servir lo anterior, o la entrada del cine que duerme su nostalgia en el bolsillo, la tarjeta de visita de algún profesional que ocupa inútil espacio en la cartera, el pequeño calendario portatil que nunca consultamos, o incluso esa romántica hoja seca del otoño.
Estando en casa los objetos se diversifican, pueden ir, desde la factura del supermercado al recibo de la comunidad, pasando por la añeja postal de un amigo, una vieja foto familiar, la esquina de una página de periódico, etc., etc.
No obtante, nunca nos habíamos encontrado con un "señalador" tan original como el que utiliza el evangelista san Juan, en el templo de Santa María de Taüll (Lleida). Para que no se le pierda la página, mientras atiende las súplicas de sus fieles desde el retablo, el buen apóstol ha colocado sobre el tomo de su Evangelio... ¡Nada menos que un corderito!
Podemos considerarlo, un "marca-páginas" algo radical, y quizá poco práctico, pero desde luego no tenemos nada que objetar en cuanto a su significado simbólico. No obstante, lo desaconsejamos vivamente al ciudadano medio. Tal y como dicen, en algunos anuncios publicitarios y documentales científicos: "No intenten repetir esto en sus casas"...
Confórmense, con el tradicional billete de metro, la romántica hoja seca, o la vieja foto sepia de aquella tía-abuela Lutgarda a quien nunca visitan, y dejen estas gollerías fantásticas, del cordero y otras zarandajes místicas, para los profesionales de la literatura mitológica. 

Salud y fraternidad.

viernes, 15 de abril de 2011

"Beatus ille..."

Las cuatro aspiraciones de los filósofos renacentistas, están resumidas en cuatro temas concretos.
-Beatus ille. La vida sencilla del campo, frente al agobiante caos de la vida urbana.
-Carpe diem. Atrapar el día, el instante, gozarlo sin preocuparse del futuro.
-Locus amoenus. Idealizar la realidad, para hacerla amena y soportable. 
-Tempus fugit. Tomar conciencia del paso inexorable del tiempo, que huye, y debe ser aprovechado.
Dicho Beatus ille, como ideal de vida, había sido tratado ya por Horacio. -aquel clásico cuya máxima de felicidad era la aurea mediocritas-, y en el Renacimiento fue retomado, como anhelo supremo, de la tranquilidad del espíritu. Pero no estamos ante un concepto antiguo, todos nosotros, en algún momento de nuestra existencia, hemos sentido esa nostalgia intemporal.
Quien mejor supo expresarlo fue fray Luis de León, que nos pinta ese ideal con vívidos colores.

Vida retirada

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho
de los sobrebios grandes el estado
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspes sutentado. 

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera. 
¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado,
si en busca deste viento,
ande desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡Oh secreto seguro deleitoso!
Roto casi el navío
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero. 

Despiértenme las aves
con su cantar suave no aprendido,
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al Cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanza, de recelo. 

Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Y como codicionsa
por ver y acrecentar su hermosura
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura va vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido; 
los árboles menea
con manso ruido
que del oro y del cetro pone olvido.

Ténganse su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida entena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería
y la mar enriquecen a porfía.

A mí, una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada
me baste, y la vajilla
de fino oro labrada
sea de quien a la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
en sed insaciable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando. 

A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce acordado
del plectro sabiamente agitado.

[Fray Luis de León, 1529-1591].

A todos cuantos sueñan con su particular Beatus ille, huerto ideal, mítico, metafísico, inmaterial, símbolo de un noble anhelo de existencia reposada, que nace en lo más profundo del espíritu. Y a cuantos amigos, propietarios de un atisbo material de dicho huerto, han tenido la deferencia de compartirlo con nosotros, en algún momento de estas agitadas vidas... Sir Crispín de Cheshire, lo dedica.

Salud y fraternidad.