viernes, 26 de junio de 2009

Mañanica de san Juan...

¡Feliz solsticio de verano! Les traigo mis mejores deseos felinos para este nuevo ciclo cósmico, deseos tardíos, pero ciertos, que este año serán originales por diferentes.
La “noche de san Juan”, puente entre el 23 y 24 de junio, es tiempo mágico en el que los rituales del fuego celebran la victoria de la luz sobre las tinieblas. Pero no menos importante es el amanecer del día 24, la “mañana de san Juan”, culminación de esas horas mágicas y de toda la energía desatada en su transcurso.
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En estas prodigiosas amanecidas, “las mañanicas de san Juan”, acontecen toda clase de maravillas, relacionados con el mundo natural y sus espíritus de la vegetación y las aguas. Pero sólo tienen lugar durante breves instantes, entre el momento en que aparecen las primeras luces y aquel en que caen sobre la tierra los primeros rayos de sol.
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Los serpentones y cuélebres tienen mermados sus poderes mágicos, entonces pueden ser vencidos con las ascuas de las hogueras nocturnas. Las xanas, anjanas y donas d’aigua, se sientan al borde de fuentes o lagunas, mientas desenredan sus cabelleras con peines de oro, en espera del valiente que se atreva a desentrañar su encantamiento. Otras, juegan a los bolos con piezas de oro puro; varias, hilan hebras de oro fino en sus ruecas de igual metal; y algunas se presentan como gallinas, con sus pollitos, todos de oro, buscando gusanitos entre las hierbas. Solo las almas puras pueden ver tales encantos y, acaso, obtener de ellas algún favor.
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En la “mañanica de san Juan” las corrientes de arroyos y manantiales se vuelven benéficas, por ello son numerosas las gentes que se bañan, a esa hora encantada, en sus aguas mágicas, en busca de curación para algunos males, aunque otras lo hacen simplemente para evitar enfermar durante el año.
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También es curativo el rocío que la mañanica ha depositado sobre las hierbas, especialmente los tréboles, algunas personas se revuelcan desnudas sobre este líquido en la esperanza de mejorar la salud de su piel, otras lo recogen y guardan para emplearlo, cuando sea menester, mezclado con vino o zumos.
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Pero el valor más buscado, en la “mañanica de san Juan”, es el amor. Se supone que, tanto el agua como determinadas plantas, se impregnan de la energía telúrica liberada esa noche. Así, las mozas van a buscar la flor del agua, aquella que recibe la primera luz del alba, en las fuentes, excelente para deshacer encantamientos y encontrar un buen novio dispuesto a casarse ese año.
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Diversas plantas son recogidas y colgadas en las casas, para defenderse de los rayos o tormentas, atraer novio, preservar matrimonios, guardar al ganado del mal de ojo. Aunque lo más significativo son las “enramadas”, que los mozos ponen en la puerta de sus pretendidas, y las mozas en las fuentes para indicar que allí ya ha sido tomada la “flor del agua” como elixir de amor.
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Hola, soy Mamá Oca, como sé mucho del agua y sus magias, el compadre Crispín me pide que colabore en su felicitación del solsticio, para ello os traigo algunos poemas del viejo romancero, sobre la “mañanica de san Juan”, que relatan los afanes de enamorados y enamoradas, así como los prodigios que entonces tienen lugar.
En el primero, es la aparición de un fabuloso barco, con un marinero que canta enigmática canción:
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¡Quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el infante Arnaldos
mañanica de San Juan !
Andando a buscar la caza
para su falcón cebar,
vio venir una galera
que a tierra quiere llegar;
las velas trae de sedas,
las jarcias de oro torzal,
áncoras tiene de plata,
tablas de fino coral.
Marinero que la guía,
viene diciendo un cantar,
que la mar ponía en calma,
los vientos hace amainar,
los peces que andan al hondo,
arriba los hace andar,
las aves que van volando,
al mástil vienen posar.
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En este otro, es la visión de una doncella que, cual xanas y anjanas, está junto a una fuente peinando sus cabellos con peine de oro.
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Yo me levantara, madre, - mañanica de San Juan,
vide estar una doncella - ribericas de la mar.
Sola lava y sola tuerce, - sola tiende en un rosal;
mientras los paños se enjugan - dice la niña un cantar:
- De los mis amores, - ¿dónde los iré a buscar ?
Mar abajo, mar arriba, - diciendo iba un cantar,
peine de oro en las sus manos - y sus cabellos peinar:
- Dígasme tú, el marinero, - que Dios te guarde de mal,
si los viste a mis amores, - si los viste allá pasar.
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El tercero es, claramente, la “cristianización” de los personajes de la religión antigua, mediante un personaje mitológico de la nueva religión: la Virgen María, que sustituye aquí a las consabidas xanas y donas d’aigua, en el otorgamiento de mágicos beneficios amorosos.
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Mañanita de San Juan,
cuando el árbol floreaba,
iba la Virgen María
por una fuente sagrada;
más hermosa que una estrella,
más que una estrella galana,
lavando sus pies y manos
y su pulidita cara;
con un libro en las sus manos
dio la bendición al agua.
Bien venida la doncella
que viniese aquí por agua;
que si del agua bebiese,
muy pronto será casada.
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Este otro, demuestra que tales celebraciones alcanzaban también fama entre los musulmanes de al-Andalus, quienes festejaban tal fecha con torneos donde se hacía, igualmente, exaltación del amor:
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La mañana de San Juan - al tiempo que alboreaba,
gran fiesta hacen los moros - por la vega de Granada.
Revolviendo sus caballos - y jugando con sus lanzas,
ricos pendones en ellas - bordados por sus amadas,
ricas marlotas vestidas - tejidas de oro y grana.
El moro que amores tiene - señales de ello mostraba,
y el que no tenía amores - allí no escaramuzaba.
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Finalmente, el que creemos más hermoso, declara el triunfo, casi “pagano”, del amor sobre la religión, pues la fuerza de la Madre Naturaleza es tan poderosa que todo lo trastoca, hasta lo más sagrado:
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Mañanita de San Juan,
mañanita de primor,
cuando damas y galanes
van a oír misa mayor.
Allá va la mi señora,
entre todas la mejor;
viste saya sobre saya,
mantellín de tornasol,
camisa con oro y perlas
bordada en el cabezón.
En la su boca muy linda
lleva un poco de dulzor;
en la su cara tan blanca,
un poquito de arrebol,
y en los sus ojuelos garzos
lleva un poco de alcohol;
así entraba por la iglesia
relumbrando como sol.
Las damas mueren de envidia,
y los galanes de amor.
El que cantaba en el coro,
en el credo se perdió;
el abad que dice misa,
ha trocado la lición;
monacillos que le ayudan,
non aciertan responder, non,
por decir amén, amén,
decían amor, amor.
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Salud y fraternidad.

sábado, 13 de junio de 2009

Sirenas del Finis Terrae Mundi...

Llegados a Santiago de Compostela y una vez cumplidos los ritos en la Catedral, el peregrino medieval que había realizado su andadura buscando algo más trascendente que la oración ante la “tumba” jacobea, tenía tres caminos a elegir, tres caminos de muerte... y regreso a la vida. Tres caminos que desembocaban en el céltico Mar de los Muertos, llamado en el medievo Mar Tenebroso, en tres enclaves con templo-cementerio, donde se celebraban rituales adscritos al ancestral simbolismo muerte-resurrección.
El primero conducía a Iria Flavia, actual Padrón, donde arribó la barca milagrosa con el cuerpo de Santiago. El segundo camino se dirigía a Noya, la antigua Noela, fundada por Noega, un nieta de Noé, cuando pasó por allí con su Arca tras el diluvio. El tercer y último camino llevaba hacia el Promontorium Celticum o Promontiruim Nerium, el Finisterre romano, lugar sagrado de los celtas, donde se veneraba el “tránsito” del Sol, cada atardecer, invocando su retorno.
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El Cabo Finisterre, el Finis Terrae Mundi, tan temido por romanos y celtas que pensaban se acababa allí la tierra, de los mortales, y más allá el Océano Tenebroso conducía a la Tierra de los Muertos, era la costa mas occidental conocida en la Antigüedad.
Frontera entre la realidad y las leyendas, este trozo de tierra era uno de los grandes mitos de los pueblos antiguos, al tiempo que engendrador de fantásticas consejas, pues el perfil rocoso del cabo, diluyéndose en la bruma, es capaz de empujarnos a todas las ensoñaciones y misterios.
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El Sol, fuente dispensadora de la vida, renace cada mañana por el Este, para morir en la tarde por el Oeste, sumergiéndose en el Mar de los Muertos. Se trata de un misterio cósmico, el mismo que hace siglos, el año 150 a.C., se produjo ante las legiones romanas de Decio Juno Bruto, que observaron asombradas el poniente “llenas de un religioso temor”. Ello impulso a los “piadosos” romanos, temerosos de todos los dioses posibles, a levantar diversas “Ara Solis” -altares al Sol-, junto al santuario celta, donde cada día era ofrecido el último sacrificio al Sol, en su ocaso, a fin de propiciar su vuelta al día siguiente.
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Junto al faro existe todavía una piedra, antiguo testigo mudo de los rituales al padre Sol, según cuenta el latino Lucio Floro, -ahora profanada por los símbolos mitológicos de la nueva religión-. Pero también se celebraban allí otros ritos, mucho más curiosos y significativos.
Dicen Plinio y Estrabón, que existían unas rocas planas en forma de lechos, en ellas yacían sexualmente las parejas que deseaban tener hijos, mientras los sacerdotes celtas celebraban desconocidos ritos de fecundidad aprovechando el paso de las ballenas, a las que se atribuían mágicas propiedades fecundantes. Según relata el peregrino Caumont, en 1417, se alzaba allí una ermita, dedicada a san Guillermo, relacionada todavía en esa fecha con dichos ritos, entonces cristianizados, la cual perduró hasta el s.XVIII.
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En la actualidad, todavía hay quien celebra allí ritos mágicos, ceremonias brujeriles, meditaciones, y quien evoca, al cabo de los siglos, la fertilidad del Océano Tenebroso en el seno femenino, mediante un singular graffiti. En la base de una antena de telecomunicaciones, se ha representado, en negra silueta, una mujer que toma por la cola una pequeña sirena. La figura, rememora en nosotros la sombra de aquella Virgen Negra, hoy perdida, Nuestra Señora de Finisterre, que fue venerada en este mismo lugar como “Señora de la Fertilidad”. Un lugar mágico, o al menos lleno de magia, que al contemplarlo nos tienta a creer que aquellas aguas conducen al Más Allá céltico, al reino donde duermen los espíritus que un día han de volver.
Y nos sentamos en sus rocas, ajenos al paso del tiempo, hechizados por su energía, en la esperanza de ver sus aguas surcadas por alguna sirena...
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Salud y fraternidad.

domingo, 7 de junio de 2009

“San Pedro, como era calvo...”

Quintana del Marco (León) tiene a su lado una magnífica villa romana, del s.IV, en el pago de los Villares. O al menos, la tenía hasta el siglo pasado. Encontrada casualmente en 1899, algunos mosaicos fueron a los museos de León, Astorga y Madrid, en 1906, otros acabaron como encimera en una cocina local, en la pared del salón o el suelo del establo, los sepulcros hicieron buenos abrevaderos... etc. Lo que sobrevivió, in situ, acabó brutalmente destruido por la maquinaria agrícola de la concentración parcelaria. Y de los varios bustos encontrados, unos se vendieron, en casas de subastas madrileñas, otros “se extraviaron”. Salvo el de un personaje con antepasados hispanos, por parte de padre.
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Nos referimos, al busto de Marco Aurelio. Acabó empotrado en la espadaña de la iglesia de San Pedro y, para el pueblo llano, ejerce de san Pedro. Fue colocado allí, porque a quienes lo encontraron les recordaba la cara que su patrón tenía en la imagen del templo. Según nos relataron unos ancianos del lugar, el 16 de abril del 2000, la cosa, contada por sus abuelos, fue más o menos así:
Un día, mientras araban, dos labradores se toparon con el mismísimo san Pedro.
-¡Válgame Dios, mire aquí compadre, vea que tío ha sacado el arado!
-¡Oye, mírale la cara, éste es clavadito al santo apóstol de la iglesia nueva!
-¡Toma! Pues será un san Pedro de los antiguos, no cabe duda.
-Entonces, tráete unos cubos de agua para lavarlo y lo llevaremos a la iglesia.
Lo cargan al carro y, sin encomendarse a Dios ni al diablo, meten el busto en el templo, al pie del retablo del patrón y le colocan su ración de velas. Cuando llega el párroco se lo presentan, tan ufanos.
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-Padre, aquí le hemos traído este san Pedro tan hermoso, para el altar.
-¿Pero qué decís? ¿Cómo voy vais a meter ese busto pagano en la casa de Dios?
-¡Anda, con los remilgos que nos sale! ¿No ve que es clavadito al santo? ¡Con sus barbas, tan seriecito, tan bien plantao! ¡Un san Pedro bien antiguo!
-Pues yo digo que dentro de la iglesia no se queda, por muy antiguo que sea no es cristiano, ya lo estáis llevando para la calle y punto final.
-Bueno, pues si le da reparos, usted le echa el agua bendita, nos lo cristiana, y lo ponemos en la espadaña para que bendiga los campos, que falta les hace.
Después de mucho tira y afloja, el párroco, comprendiendo que la “fe del carbonero” no admite razonamientos, se rindió ante la cabezonería de sus feligreses.
-En fin, haced vuestro gusto y a las campanas con él, si queréis que sea santo lo haremos santo. No se cuando os temo más, si cuando os empeñáis en quemar santos o en crearlos.
Y allí sigue, encaramado en la espadaña, Marco Aurelio Antonino Augusto “el Sabio”, emperador romano del 161 al 180, figura representativa de la filosofía estoica de raíz bética con Séneca y Lucano. Tan estoico, que no ha protestado nunca por haber resultado rebajado, siquiera en efigie, de Emperador romano a simple papa. Porque rebaja es, ser confundido con un papa del que, a pesar de ser santo, se burlan hasta los niños en sus canciones de corro:
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“San Pedro, como era calvo,
le picaban los mosquitos,
y su padre le decía:
-Ponte el gorro, Periquito...”

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Salud y fraternidad.