viernes, 15 de abril de 2011

"Beatus ille..."

Las cuatro aspiraciones de los filósofos renacentistas, están resumidas en cuatro temas concretos.
-Beatus ille. La vida sencilla del campo, frente al agobiante caos de la vida urbana.
-Carpe diem. Atrapar el día, el instante, gozarlo sin preocuparse del futuro.
-Locus amoenus. Idealizar la realidad, para hacerla amena y soportable. 
-Tempus fugit. Tomar conciencia del paso inexorable del tiempo, que huye, y debe ser aprovechado.
Dicho Beatus ille, como ideal de vida, había sido tratado ya por Horacio. -aquel clásico cuya máxima de felicidad era la aurea mediocritas-, y en el Renacimiento fue retomado, como anhelo supremo, de la tranquilidad del espíritu. Pero no estamos ante un concepto antiguo, todos nosotros, en algún momento de nuestra existencia, hemos sentido esa nostalgia intemporal.
Quien mejor supo expresarlo fue fray Luis de León, que nos pinta ese ideal con vívidos colores.

Vida retirada

¡Qué descansada vida
la del que huye del mundanal ruido
y sigue la escondida
senda, por donde han ido
los pocos sabios que en el mundo han sido!
Que no le enturbia el pecho
de los sobrebios grandes el estado
ni del dorado techo
se admira, fabricado
del sabio Moro, en jaspes sutentado. 

No cura si la fama
canta con voz su nombre pregonera,
ni cura si encarama
la lengua lisonjera
lo que condena la verdad sincera. 
¿Qué presta a mi contento
si soy del vano dedo señalado,
si en busca deste viento,
ande desalentado
con ansias vivas, con mortal cuidado?

¡Oh campo, oh monte, oh río!
¡Oh secreto seguro deleitoso!
Roto casi el navío
a vuestro almo reposo
huyo de aqueste mar tempestuoso.
Un no rompido sueño,
un día puro, alegre, libre quiero;
no quiero ver el ceño
vanamente severo
de a quien la sangre ensalza o el dinero. 

Despiértenme las aves
con su cantar suave no aprendido,
no los cuidados graves
de que es siempre seguido
el que al ajeno arbitrio está atenido.
Vivir quiero conmigo,
gozar quiero del bien que debo al Cielo,
a solas, sin testigo,
libre de amor, de celo,
de odio, de esperanza, de recelo. 

Del monte en la ladera,
por mi mano plantado tengo un huerto,
que con la primavera
de bella flor cubierto
ya muestra en esperanza el fruto cierto.
Y como codicionsa
por ver y acrecentar su hermosura
desde la cumbre airosa
una fontana pura
hasta llegar corriendo se apresura.

Y luego sosegada,
el paso entre los árboles torciendo,
el suelo de pasada
de verdura va vistiendo
y con diversas flores va esparciendo.
El aire el huerto orea
y ofrece mil olores al sentido; 
los árboles menea
con manso ruido
que del oro y del cetro pone olvido.

Ténganse su tesoro
los que de un falso leño se confían;
no es mío ver el lloro
de los que desconfían
cuando el cierzo y el ábrego porfían.
La combatida entena
cruje, y en ciega noche el claro día
se torna, al cielo suena
confusa vocería
y la mar enriquecen a porfía.

A mí, una pobrecilla
mesa, de amable paz bien abastada
me baste, y la vajilla
de fino oro labrada
sea de quien a la mar no teme airada.
Y mientras miserable-
mente se están los otros abrasando
en sed insaciable
del no durable mando,
tendido yo a la sombra esté cantando. 

A la sombra tendido,
de yedra y lauro eterno coronado,
puesto el atento oído
al son dulce acordado
del plectro sabiamente agitado.

[Fray Luis de León, 1529-1591].

A todos cuantos sueñan con su particular Beatus ille, huerto ideal, mítico, metafísico, inmaterial, símbolo de un noble anhelo de existencia reposada, que nace en lo más profundo del espíritu. Y a cuantos amigos, propietarios de un atisbo material de dicho huerto, han tenido la deferencia de compartirlo con nosotros, en algún momento de estas agitadas vidas... Sir Crispín de Cheshire, lo dedica.

Salud y fraternidad.