jueves, 29 de enero de 2009

“Las gatas no ponen huevos de oca...” (Refrán alemán).

“Los amantes fervorosos y los sabios austeros
gustan por igual, en su madurez,
de los gatos fuertes y dulces, orgullo de la casa,
que como ellos son frioleros y como ellos sedentarios.
Amigos de la ciencia y de la voluptuosidad,
buscan el silencio y el pavor de las tinieblas;
el Erebo se hubiera apoderado de ellos para sus correrías fúnebres,
si hubieran podido ante la esclavitud inclinar su arrogancia.
Adoptan al soñar las nobles actitudes
de las grandes esfinges tendidas en el fondo de las soledades,
que parecen dormirse en un sueño sin fin;
sus grupas fecundas están llenas de chispas mágicas,
y fragmentos de oro, cual arenas finas,
chispean vagamente en sus místicas pupilas”.
(Charles Beaudelaire, El gato).
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Mientras medito, ante los clásicos, se me ocurre una reflexión. Aunque nunca he sido amigo de tronos ni monarcas, me causa cierta simpatía el emperador de los dos números, Carlos I de España y V de Alemania, por la fina psicología que demostró poseer sobre lo divino, lo humano, y lo felino, cuando pronunció esta frase:
Hablo en castellano a Dios, en francés a los hombres, en italiano a las mujeres... y en latín a mi gato”.
A buen entendedor...
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Salud y fraternidad.

domingo, 25 de enero de 2009

“El sueño de una tarde de verano...”

Las meigas nos guiaron hasta Vilanova de Lourenzá una tarde de verano, típicamente gallega, de esas que no sabes si el sol empuja las nubes o al revés. Este pequeño pueblo de la Mariña Lucense, rodeado por colinas sembradas de bosques y praderas, creció alrededor del Mosterio de San Salvador, fundado el 947 por don Osorio Gutiérrez, llamado “o Conde Santo”, una santidad otorgada por decisión popular. El lugar tuvo tiempos mejores, cuando el Camino de Santiago lo atravesaba por la Ponte da Pedra. Ahora, con sus cultivos de alubias, “o val da faba” se mantiene en una aurea mediocritas. Hasta tiene un “Centro de Interpretación da Faba”, para promocionar este rico producto, y cada primer fin de semana de octubre, sus laboriosos habitantes celebran “A festa da faba”. Ocasión gastronómica, cultural y comercial digna de vivirse.
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Estábamos descansando de la ruta, en las afueras del lugar, cuando divisamos al caballo pastando en su prado, el también nos vio y venteó el aire olisqueando para decidir si éramos un peligro o no. Por un si acaso, y como la prudencia no está de más, decidió contemplarnos a media distancia. En esto apareció su dueña, una campesina que, en principio, nos observó con el mismo aire analítico de su caballería, aquilatando nuestra presencia con cierto recelo propio de las gentes del agro.
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Pero cuando salía del pasto con el corcel, solicitamos su permiso para fotografiar al hermoso animal y, acaso, si el lo toleraba, hacerle alguna caricia. Entonces, vecina y cabalgadura perdieron todo recelo. Se detuvieron, para la sesión fotográfica, y mientras junto a las fotos hacíamos zalamerías al noble bruto, ella nos obsequió con esa conversación sosegada, un punto filosófica, que tienen muchas personas del campo.
La dueña no cabía en si de gozo, porque unos “turistas”, o “gentes de ciudad”, al fin y al cabo incultos en el conocimiento y trato con los animales de labor, no solo admirasen al equino, sino que se detuviesen además a intimar sin reparos con la bestia. Quienes viven en contacto directo con la naturaleza distinguen mejor que nosotros, los “urbanitas”, cuando una caricia es afecto, cuando una alabanza es sincera, y cuando mero cumplido.
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Al cabo de unas parrafadas, sobre las alegrías y durezas de la vida campesina, más algunas recomendaciones suyas sobre las excelencias monumentales y gastronómicas del lugar, la amable pareja se alejó ladera abajo, camino del tibio establo. Él, con la barriga llena de jugosa hierba, agradecido de nuestras humanas carantoñas y jugueteos; ella, tan oronda de haber impresionado a los forasteros, aunque también íntimamente satisfecha de haber echado el rato, en agradable compañía, antes de retomar sus faenas.
Caía la tarde, con perezosa lentitud. Para nosotros, no había entonces mejor monumento que la naturaleza del entorno, ni alimento más sabroso que la afable conversación y trato, sostenidos con la simpática campesina y su caballo de labor.
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Salud y fraternidad.

viernes, 16 de enero de 2009

El cerdo “Antón”: Tradición celtíbera de “pata negra”.

El pueblo salmantino de La Alberca, asentado sobre un castro celta, a pocos pasos del enigmático monte “Peña de Francia” y su mágica Virgen Negra, es interesante no sólo por conservar su arquitectura tradicional, sino porque conserva también algunos ritos y tradiciones ancestrales, que en otros lugares ya se han perdido.
A espaldas del templo parroquial, en el lugar conocido como "Solano cimero", existe un viejo crucero, junto a él, sobre cierta roca, podemos ver un curioso animal tallado en granito. Es “el cerdo Antón”, entrañable personaje popular, siempre diferente y siempre idéntico a sí mismo...
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El 13 de junio, festividad de san Antonio de Padua, traen un gurriato ibérico de unos veinte kilos, lo atan a la escultura, le colocan una campanilla al cuello, el párroco lo bendice y luego es dejado en libertad. Así vagará por las calles del lugar, manso y dócil como un perro, recibiendo alimento, mimos y juegos de los vecinos, durante siete meses. En ese tiempo engordará, puede que hasta los ciento cincuenta kilos, protegido por todos, pues se considera de mal agüero maltratar al cebón. Es un animal totémico, que trae la buena suerte a quienes lo “veneran”, y las maldiciones a quienes lo perjudiquen –se dice que en forma de enfermedades, referidas a las partes pudendas-.
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Esta vida regalada, le dura hasta el 17 de enero, fiesta de san Antonio Abad, alias “san Antón”, en que el pobre gocho es atrapado y sale a pública subasta entre las familias del pueblo. La que resulte ganadora, tendrá un hermoso tocinete de “pata negra” para utilizar en su “matanza”, sacrificio ritual que ya no provoca desgracia alguna sino todo lo contrario. Y el dinero recaudado, cantidad que siempre es muy superior a la del valor real del puerco, se empleará en obras benéficas (antiguamente era para el mantenimiento de párroco y parroquia).
La explicación que suele darse para ésta tradición, remonta el hecho al final de la Edad Media. Cuando las persecuciones, contra musulmanes y judíos, moriscos y conversos, se intensificaron, las gentes que no querían verse envueltas en ellas, idearon toda clase de formas para destacar que eran “cristianos viejos” libres de sospecha. Una de tales, era criar y consumir marrano, animal “inmundo” cuyo rechazo era propio de las etnias y religiones perseguidas.
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Verraco celtíbero, plaza de san Martín (Segovia). [Diapositiva 5 abril 1986].
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No digo yo que no hubiese algo de esto, en la tradición del “cerdo Antón”, que antaño era común a numerosos pueblos, pero creo que lo único que se hizo fue aprovechar una costumbre todavía más antigua. Entre los pueblos celtíberos, el gorrino era animal “sagrado”, tanto en su versión salvaje, jabalí, como doméstica, cerdo, lo que no les impedía cazarlos y criarlos para disfrutar su carne: en la tradición religiosa celta, el “animal de bellota” es la base de los banquetes, tanto en el mundo humano como en el de los dioses. Se celebraban sacrificios de cochinillos, consumidos en comidas rituales, o enterrados como ofrenda de fundación en los templos. Y por amplias regiones de Celtiberia, quedan todavía esculturas de granito representando verracos, como animales totémicos, protectores de las piaras de cochinos.
Item mas. Algunas representaciones celtas de la Diosa Madre, la muestran desnuda a lomos de un cerdo, y al Dios Padre lo figuran como un hombre con dicho animal sobre sus hombros...
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Salud y fraternidad.

miércoles, 7 de enero de 2009

¡Salud y fraternidad!

¡Hola, gente humana! ¿Pensábais que ya me había olvidado de vosotros? Nada de eso.
Estuve trabajando en la sombra, trabajando duro, para pasar al blog las vivencias que me transmiten mis "Pájaros Viajeros", cuando vuelven de sus vuelos, cortos o largos, por las tierras de Celtiberia.
Pues no otro que yo, es el autor de esas jugosas entradas que tanto placer intelectual os producen. ¿Acaso lo ignorábais? Si alguno todavía lo duda, que fije sus ojos en mi magnética mirada y repita, cien veces: "¡Crispín es un magnífico narrador!"... Luego no le cabrán reticencias al respecto.
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Bueno pues, no dejéis de visitarme. Así mi verbo fácil os alegrará, distraerá y, acaso, os aporte un toquecillo cultural.
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¡Ah, se me olvidaba! ¡Que el nuevo año "oficial" os sea leve!
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Mmiiiiaaauuuu... miarramamiauuu...