jueves, 25 de diciembre de 2008

Los trabajos y los días... (cuento invernal)

Ascendimos por las sierras de Segovia finando diciembre, cuando las primeras nieves anunciaban la inminente llegada del invierno, cuando los campos quedan bañados de una solitaria belleza y las gentes buscan refugio en la intimidad del hogar. Las escasas gentes que todavía aguantan, como celtíberos numantinos, en un medio rural que se desvanece para siempre en las nieblas de la historia.
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Lo primero que topamos, pasados los puertos, fue el pueblecito de Cerezo de Arriba, donde nos sorprendió un bello ábside románico, resto de lo que debió ser el magnífico templo del lugar cuando éste era una próspera comunidad rural, dedicada a la agricultura y la ganadería.
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Fotografiábamos las venerables piedras, cuando surgido de la nada, como un genio de los huertos, apareció un anciano lugareño, amable y bondadoso, que se ofreció a enseñarnos el interior del templo. Poco sospechábamos, la agradable sorpresa que allí nos aguardaba.
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Don Vicente García González, de "profesión" jubilado, al cabo de haber ejercido como labrador, pastor y cartero, entre otras ocupaciones, luego de platicar sobre lo laborioso de conservar el viejo templo y enseñarnos el barroco retablo “al que habría que dar un buen repaso para recuperar su dorada belleza”. Nos encaminó a los pies de la nave y allí, con tímida humildad pero con sano orgullo, como quien te lleva a su cabaña de pastor tras haberte enseñado el palacio del marqués, dio la luz para mostrarnos el “Belén” que había construido.
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Sin empacho alguno, el risueño artesano se metió en el “escenario” para tomar una figura de acá, soltarla, coger otra de acullá, dejarla en su lugar y acudir presto a mostrarnos otra. Igual que un abuelo enseña sus nietos, presumiendo que si uno es bueno, el otro es travieso, aquella es lista y el de mas allá un pícaro, pero a todos quiere por igual.
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El buen hombre está para cumplir los ochenta años, y ha tardado dos en concluir su obra, aprovechando los ratos perdidos que le deja el cuidado del huerto. Y sobre todo, llenando las horas muertas que el frío del invierno hace tan largas por estas montañas. Y las ha llenado bien, porque don Vicente es un artesano con todas las de la ley, que con la misma paciencia empleada en su trabajo se dedica a contestar, siempre con una sonrisa, todas nuestras preguntas.
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La treintena larga de figuras humanas y la veintena de animales, están confeccionadas con un detalle y preciosismo llenos de ingenuo encanto. Con paciencia y buen hacer ha tallado la madera, para complementarla de alambre. Aunque no ha sido una labor solitaria, porque con no menos detalle y paciencia, su esposa ha tejido, cortado y cosido, desde las vestimentas de los personajes a la piel de los animales.
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A tanta exactitud ha llegado esta pareja de artesanos, que el pequeño telar funciona tan perfectamente como uno de tamaño real, y en la demostración que nos hizo don Vicente pudimos comprobar este prodigio de inventiva.
Pero no está en la técnica artesana, ni en el gusto por el detalle realista, el mayor valor de este “Belén”, con ser todo ello primoroso y de gran mérito.
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La escenografía, aparte de figurar las típicas escenas mitológicas del Portal de Belén y la llegada allí de los Magos de Oriente, tiene su originalidad en las actividades de las gentes que pueblan, como “extras laicos”, el teatro sacro principal. Los aldeanos, escenifican todas las etapas del cultivo y elaboración del lino, acompañados de pequeños carteles explicativos del proceso, empezando por el cultivo: arado y siembra.
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Tras segarlo, y ponerlo a “cocer” en las pozas, viene el trabajoso machacado de las fibras sobre piedras planas.
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Le sigue el “espadar”, golpearlo para separar la hebra; rastrillar, para limpiarlo de impurezas; e hilar, con la rueca y el huso.
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A continuación, se hacen los ovillos con el “argadillo”.
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Después se elaboran las madejas, con el "aspador".
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Y ya solo queda tejer las piezas de lino con el telar.
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Bueno, lo último, lo último, es festejar el feliz resultado de la cosecha y elaboración del producto.
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Y a mí, todo ello me evoca los “mensarios” medievales, esos calendarios en piedra que nos reciben en las arquivoltas de muchos templos románicos. Esa secuencia, de “los trabajos y los meses”, que representa el discurrir del tiempo cotidiano medieval, me parece que sigue siendo la que gobierna el espíritu de este “Belén” popular. Porque el ritmo de la vida campesina, con todos los adelantos técnicos que queramos –incluso nuestro belenista, confiesa tener un ordenador-, sigue siendo el mismo ahora que en el medievo, ya que se trata del ritmo de la Naturaleza, la Madre Naturaleza.
No cabe duda, el espíritu de aquellos canteros medievales, que nos dejaron en piedra tan bellos ejemplos de "los trabajos y los días", ha palpitado en las manos artesanas del anciano don Vicente y su habilidosa compañera. Que sea por muchos años.
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Salud y fraternidad.

viernes, 19 de diciembre de 2008

¡Feliz solsticio de invierno!

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En el solsticio de invierno, hacia el 21 de diciembre, la duración del día y la altura del Sol sobre el horizonte son mínimos. A partir de entonces, los días comienzan a alargarse lentamente, cada uno que pasa hay un poco más de luz.
Por eso la Religión Antigua celebra el solsticio invernal como el retorno del Sol, tras su triunfo sobre las tinieblas. Por eso, durante estas fechas, era celebrado el nacimiento de los dioses solares, como Osiris, Dionisos, Mitra, etc., con la fiesta del "Nacimiento del Sol Invicto". Por esas fechas, se prendían hogueras para danzar a su alrededor, como símbolo de renacimiento y esperanza en la fertilidad futura. Se hacían treguas, sobre todas las disputas, y las gentes celebraban banquetes colectivos obsequiando a sus allegados.
Aunque la Naturaleza parecía sumida en un sueño profundo, todos sabían que sólo dormitaba, que su quietud y silencio eran sólo aparentes, pues en su interior la Madre Tierra se estaba renovando, estaba fabricando la primavera.
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¡Felicidades a todos! ¡Que la Diosa Madre, la Madre Tierra, nos traiga salud y prosperidad!

lunes, 15 de diciembre de 2008

"Cuadrados mágicos", partituras para la Música de las Esferas.

Paseando por el encantador pueblo medieval de Uncastillo (Zaragoza), a poco que uno se fije, se encuentran cosas muy curiosas. Sobre la fachada de una casona, en la Plaza del Mercado, frente a la Lonja Medieval, nos topamos de improviso con un “cuadrado mágico”. Por su estado, calidad de la piedra y talla, vemos que se trata de una pieza moderna, además, antiguamente a nadie se le habría ocurrido colocar algo así en la puerta de su casa. Había que guardar las formas, y era mejor no despertar sospechas de brujería, pues no estaba el horno inquisitorial para muchos bollos.
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Un “cuadrado mágico”, es una tabla con una serie de números que, sumados en vertical, horizontal o diagonal, dan siempre el mismo resultado. Ello responde a un complejo cálculo matemático, que por su misma complejidad a los profanos nos resulta “mágico”. Esa capacidad mágica, procede sin embargo del concepto pitagórico del número, como base de su filosofía: los números son los sillares del Cosmos y de todo lo existente, por tanto los números expresan lo que las cosas son. Comprenderlos, es comprender el Universo.
Al margen de la estricta filosofía pitagórica, muchos magos, pretendieron que, jugando con ciertas combinaciones numéricas, se podían conjurar las fuerzas de la naturaleza, para hacerlas favorables. Y nacieron los “cuadrados mágicos”, como talismanes o amuletos.
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¿Pero, qué simbolismo tiene para quienes actualmente los colocan en determinados edificios? Porque resulta que, este cuadrado de Uncastillo, es idéntico al que Joseph María Subirachs ha colocado sobre la Fachada de la Pasión, en el templo de la Sagrada Familia, de Barcelona.
¿Un símbolo, señero de los magos y la magia, sobre un templo de la nueva religión? Hay que concluir, que se trata de un simbolismo bastante peregrino, para una religión que presumió de quemar en la hoguera a cuantos magos se le ponían por delante, salvo a los Magos de Oriente, aquellos sabios caldeos que tuvieron el acierto de cambiar su profesión, por la de Reyes Magos, para escapar de la quema.

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El juego numérico de este cuadrado da, como resultado de la suma: 33, se sume por donde se sume. Lo cual puede resultar conveniente en aquella “Fachada de la Pasión”, ya que según la mitología cristiana esa era la edad del dios sacrificado. Sin embargo no parece tan obvio, ese 33, en el cuadrado de una casa particular en Uncastillo. ¿Tendrá algo que ver, el hecho de que el 3 es el primer número perfecto para los pitagóricos?
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[Dedicado a Pallaferro, amigo de “cuadrados mágicos” y “aprendiz de brujo”, de cuyo blog: Homus Virtualis, he tenido la osadía de tomar prestada su foto de la Sagrada Familia].
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Salud y fraternidad.