Llegados a Santiago de Compostela y una vez cumplidos los ritos en la Catedral, el peregrino medieval que había realizado su andadura buscando algo más trascendente que la oración ante la “tumba” jacobea, tenía tres caminos a elegir, tres caminos de muerte... y regreso a la vida. Tres caminos que desembocaban en el céltico Mar de los Muertos, llamado en el medievo Mar Tenebroso, en tres enclaves con templo-cementerio, donde se celebraban rituales adscritos al ancestral simbolismo muerte-resurrección.
El primero conducía a Iria Flavia, actual Padrón, donde arribó la barca milagrosa con el cuerpo de Santiago. El segundo camino se dirigía a Noya, la antigua Noela, fundada por Noega, un nieta de Noé, cuando pasó por allí con su Arca tras el diluvio. El tercer y último camino llevaba hacia el Promontorium Celticum o Promontiruim Nerium, el Finisterre romano, lugar sagrado de los celtas, donde se veneraba el “tránsito” del Sol, cada atardecer, invocando su retorno.
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El Cabo Finisterre, el Finis Terrae Mundi, tan temido por romanos y celtas que pensaban se acababa allí la tierra, de los mortales, y más allá el Océano Tenebroso conducía a la Tierra de los Muertos, era la costa mas occidental conocida en la Antigüedad.
Frontera entre la realidad y las leyendas, este trozo de tierra era uno de los grandes mitos de los pueblos antiguos, al tiempo que engendrador de fantásticas consejas, pues el perfil rocoso del cabo, diluyéndose en la bruma, es capaz de empujarnos a todas las ensoñaciones y misterios.
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El Sol, fuente dispensadora de la vida, renace cada mañana por el Este, para morir en la tarde por el Oeste, sumergiéndose en el Mar de los Muertos. Se trata de un misterio cósmico, el mismo que hace siglos, el año 150 a.C., se produjo ante las legiones romanas de Decio Juno Bruto, que observaron asombradas el poniente “llenas de un religioso temor”. Ello impulso a los “piadosos” romanos, temerosos de todos los dioses posibles, a levantar diversas “Ara Solis” -altares al Sol-, junto al santuario celta, donde cada día era ofrecido el último sacrificio al Sol, en su ocaso, a fin de propiciar su vuelta al día siguiente.
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Junto al faro existe todavía una piedra, antiguo testigo mudo de los rituales al padre Sol, según cuenta el latino Lucio Floro, -ahora profanada por los símbolos mitológicos de la nueva religión-. Pero también se celebraban allí otros ritos, mucho más curiosos y significativos.
Dicen Plinio y Estrabón, que existían unas rocas planas en forma de lechos, en ellas yacían sexualmente las parejas que deseaban tener hijos, mientras los sacerdotes celtas celebraban desconocidos ritos de fecundidad aprovechando el paso de las ballenas, a las que se atribuían mágicas propiedades fecundantes. Según relata el peregrino Caumont, en 1417, se alzaba allí una ermita, dedicada a san Guillermo, relacionada todavía en esa fecha con dichos ritos, entonces cristianizados, la cual perduró hasta el s.XVIII.
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En la actualidad, todavía hay quien celebra allí ritos mágicos, ceremonias brujeriles, meditaciones, y quien evoca, al cabo de los siglos, la fertilidad del Océano Tenebroso en el seno femenino, mediante un singular graffiti. En la base de una antena de telecomunicaciones, se ha representado, en negra silueta, una mujer que toma por la cola una pequeña sirena. La figura, rememora en nosotros la sombra de aquella Virgen Negra, hoy perdida, Nuestra Señora de Finisterre, que fue venerada en este mismo lugar como “Señora de la Fertilidad”. Un lugar mágico, o al menos lleno de magia, que al contemplarlo nos tienta a creer que aquellas aguas conducen al Más Allá céltico, al reino donde duermen los espíritus que un día han de volver.
Y nos sentamos en sus rocas, ajenos al paso del tiempo, hechizados por su energía, en la esperanza de ver sus aguas surcadas por alguna sirena...
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Salud y fraternidad.
El primero conducía a Iria Flavia, actual Padrón, donde arribó la barca milagrosa con el cuerpo de Santiago. El segundo camino se dirigía a Noya, la antigua Noela, fundada por Noega, un nieta de Noé, cuando pasó por allí con su Arca tras el diluvio. El tercer y último camino llevaba hacia el Promontorium Celticum o Promontiruim Nerium, el Finisterre romano, lugar sagrado de los celtas, donde se veneraba el “tránsito” del Sol, cada atardecer, invocando su retorno.
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El Cabo Finisterre, el Finis Terrae Mundi, tan temido por romanos y celtas que pensaban se acababa allí la tierra, de los mortales, y más allá el Océano Tenebroso conducía a la Tierra de los Muertos, era la costa mas occidental conocida en la Antigüedad.
Frontera entre la realidad y las leyendas, este trozo de tierra era uno de los grandes mitos de los pueblos antiguos, al tiempo que engendrador de fantásticas consejas, pues el perfil rocoso del cabo, diluyéndose en la bruma, es capaz de empujarnos a todas las ensoñaciones y misterios.
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El Sol, fuente dispensadora de la vida, renace cada mañana por el Este, para morir en la tarde por el Oeste, sumergiéndose en el Mar de los Muertos. Se trata de un misterio cósmico, el mismo que hace siglos, el año 150 a.C., se produjo ante las legiones romanas de Decio Juno Bruto, que observaron asombradas el poniente “llenas de un religioso temor”. Ello impulso a los “piadosos” romanos, temerosos de todos los dioses posibles, a levantar diversas “Ara Solis” -altares al Sol-, junto al santuario celta, donde cada día era ofrecido el último sacrificio al Sol, en su ocaso, a fin de propiciar su vuelta al día siguiente.
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Junto al faro existe todavía una piedra, antiguo testigo mudo de los rituales al padre Sol, según cuenta el latino Lucio Floro, -ahora profanada por los símbolos mitológicos de la nueva religión-. Pero también se celebraban allí otros ritos, mucho más curiosos y significativos.
Dicen Plinio y Estrabón, que existían unas rocas planas en forma de lechos, en ellas yacían sexualmente las parejas que deseaban tener hijos, mientras los sacerdotes celtas celebraban desconocidos ritos de fecundidad aprovechando el paso de las ballenas, a las que se atribuían mágicas propiedades fecundantes. Según relata el peregrino Caumont, en 1417, se alzaba allí una ermita, dedicada a san Guillermo, relacionada todavía en esa fecha con dichos ritos, entonces cristianizados, la cual perduró hasta el s.XVIII.
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En la actualidad, todavía hay quien celebra allí ritos mágicos, ceremonias brujeriles, meditaciones, y quien evoca, al cabo de los siglos, la fertilidad del Océano Tenebroso en el seno femenino, mediante un singular graffiti. En la base de una antena de telecomunicaciones, se ha representado, en negra silueta, una mujer que toma por la cola una pequeña sirena. La figura, rememora en nosotros la sombra de aquella Virgen Negra, hoy perdida, Nuestra Señora de Finisterre, que fue venerada en este mismo lugar como “Señora de la Fertilidad”. Un lugar mágico, o al menos lleno de magia, que al contemplarlo nos tienta a creer que aquellas aguas conducen al Más Allá céltico, al reino donde duermen los espíritus que un día han de volver.
Y nos sentamos en sus rocas, ajenos al paso del tiempo, hechizados por su energía, en la esperanza de ver sus aguas surcadas por alguna sirena...
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Salud y fraternidad.
2 comentarios:
Cuentan que era tal impacto emocional que les producía la visión del sol precipitándose sobre la línea del horizonte para volver a resurgir con el día, que era de intensidad casi física. " como un chirrido de hierro cuando lo templan en la fragua", llegaría a decir el mismo Décimo que mencionas. Y luego, el secular culto a esas piedras de un lugar mítico donde el mundo acaba y comienza el misterioso poder regenerativo y fecundador de la mar, materiales con los que están hechas todas las religiones.
No en vano, hasta las piedras del interior del templo A Nosa Señora da Barca seguirían siendo curativas. Pero eso sí, éstas no por druidas, sino porque forman parte de la barca de piedra en las que arribó la Virgen para animar a San Yago.
¡Ay, compadre Syr, cuanta razón llevas! Las leyendas, tradiciones y ritos, de este lugar, son tan numerosas que harían falta varias largas entradas al blog para abarcarlas, siquiera parcialmente.
Porque un "lugar de poder", tan energéticamente fuerte como éste, tan "mágico", ha generado toda clase de pulsiones espirituales en los seres humanos, desde el principio de los tiempos. Y todavía las sigue generando. Es uno de esos lugares, de los que yo llamo: "donde sopla el Espíritu". Cualquiera con un poco de sensibilidad, si lo visita una vez queda hechizado y la añoranza del retorno le acompañará toda su vida. Por muchas veces que regrese, siempre querrá volver...
En dicho sentido, no es muy diferente de los pavorosos acantilados de San Andrés de Teixido. En ambos, la religiosidad y espiritualidad del mundo celta, o quizá de algún pueblo anterior, vibra en el aire, hasta el pundo de que el alma puede "saborearla".
Salud y fraternidad.
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