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Que la Diosa Madre os dé, serenidad en la abundancia y tranquilidad de espíritu en la adversidad.
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"¡Estoy sano, soy vivaz, mi pelo brilla, y tengo cara de pillastre, porque tomo aceite de Oliva Virgen! ¡De Sierra Mágina, por supuesto! ¡Mejor, no lo hay!
En 1935, Anxo Casal, editor de la revista "Nos", publicó los "Seis poemas galegos", de Federico García Lorca. En efecto, no es una broma, porque el bueno de Federico tuvo el "ángel" de escribir, tales versos, en romance gallego. Los artistas tienen esas "caídas", y en ellas, muchas veces, sacan a relucir pinceladas de genialidad. Puede parecernos absurdo, que un "granaíno" tan andaluz como Lorca, se descolgase con poemas en gallego, una lengua que, en teoría, debía desconocer. Y más absurdo que, además, el resultado fuese tan auténtico como si él hubiese nacido en Santiago, siendo amamantado por las cantigas del Bardo Martín Codax.
Las viejas imágenes que nos han servido para ilustrar el poema, proceden del libro "Estampas compostelanas" (1928), obra del fotógrafo "Ksado", nombre de guerra del afamado Luis Casado Fernández (1888-1972), cuyas imágenes de esa Galicia de principios del siglo XX son las más reproducidas de este país, sus gentes y sus pueblos.
Conocimos a Don Bernardino, durante una visita a las Meridades burgalesas. Ocasión en la que, a pesar de estar ya marcado por la enfermedad, se desvivió por ejercer de cicerone, mostrándonos los templos románicos de Vallejo de Mena, Siones y El Vigo, con una erudición, simpatía y amenidad, desbordantes. Si nuestra valía dependiese de los contendientes intelectuales con que nos enfrentamos, tendríamos que considerarnos muy afortunados, porque Don Bernardino fue un "oponente" fabuloso. Un sacerdote de inquebrantables convicciones, y que a pesar de ello, o precisamente por eso, era severo con su alma, e indulgente con las almas de los prójimos. Dispuesto a escuchar y hablar, a dar su opinión sin menospreciar la del otro, a defender sus creencias sin imponerlas y con absoluto respeto hacia las ajenas. Su actitud humana y tolerante, le atrajo el respeto de sus feligreses y de quienes no lo eran, de modo que, siguiendo con las comparaciones de su fe, podríamos afirmar que, en su labor pastoral, actuó como aquel hombre de "la parábola del buen administrador", al que su amo dio unos dineros que él se preocupó de administrar sabiamente, de forma que produjeron grandes ganancias al señor.
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Ahora, a las puertas del otoño, se ha cumplido su tiempo, y este buen pastor ha dejado el mundo terrenal. Si existe alguna divinidad bondadosa, como aquella en que Don Bernardino creía a pie juntillas, estamos seguros que lo ha sentado a su diestra, donde descansará de todos los sinsabores que hubo de soportar durante su estancia en la Tierra, y se verá recompensado por el trabajo bien hecho. Hoy, si existe algo de verdad en esa religión a la que, este buen sacerdote, sirvió fielmente, el Diablo y todos sus secuaces habrán sufrido un tremendo berrinche, porque una gran alma humana ha pasado volando sobre ellos, con destino directo a los cielos, sin escalas ni trasbordo.
Quienes lo conocimos, mucho o poco, sentiremos el vacío de su ausencia, pero nos consolaremos con el recuerdo de su grata compañía, su amable trato, y su cálida humanidad.
Hasta siempre Don Bernardino.
Salud y fraternidad.