lunes, 23 de febrero de 2009

“En el buen sentido de la palabra, bueno...”

El hecho de la casual coincidencia de fechas, con el jocoso Carnaval, no debe hacernos olvidar que un hombre bueno murió, en el exilio, hace 70 años. Un hombre del que, en estos días de máscaras, bien estará saber que nunca usó otra, quizá, que la de la poesía, y no por engaño sino por pudorosa timidez.
No tuvo que exiliarse por haber apoyado el extremismo, la violencia, la anarquía, el fanatismo o la guerra. Ni por desprecio o despego, hacia el terruño en que creció.
No, tuvo que dejar su tierra por haber apoyado a un gobierno, imperfecto como todos, pero democráticamente constituido; por creer en la libertad, del ser humano, para elegir el ideario que le viniera en gana, sin compromisos dogmáticos; por pensar que la fe es algo íntimo, libremente asumido, y no una obligación colectiva, impuesta por la fuerza; por creer en la diversidad de ideas, sin verdades absolutas; por pensar que la humanidad podía progresar, intelectual y materialmente, mediante la cultura y el conocimiento.
No, no tuvo que dejar su tierra por asesino y maleante, sino por haber sido honesto y consecuente con sus ideales y sueños. Tuvo que morir, exiliado, enfermo y perseguido, por haber soñado que Caín y Abel, hermanos después de todo, podían llegar a convivir en paz.
Cuando recogieron su cuerpo, en el bolsillo del traje, los amigos encontraron un papel con el último verso escrito por el poeta, porque era poeta:
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Estos días azules y este sol de la infancia...”
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Ese hombre bueno, ese poeta, ese soñador de futuros mejores, se llamaba Antonio Machado. Murió en Collioure (Francia), un mediterráneo pueblecito al otro lado de la frontera, el 22 de febrero de 1939. Hace setenta años, hace una eternidad. ¿O acaso, tan sólo un instante...?
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Sobre su humilde tumba, si no temiésemos profanar la modestia que lo caracterizaba, podrían figurar sin rubor sus propias estrofas:
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“Hay en mis versos gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno”.

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“Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar”.Tamaño de fuente
(Retrato, Campos de Castilla, 1912).
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Salud y fraternidad.

1 comentario:

Pilara dijo...

Que sirva como homenaje a todos los hombres buenos que un día partieron ligeros de equipaje, andando nuevos caminos y abriendo desconocidas veredas, sumidos en el eterno soliloquio de quien espera hablar a Dios un día...¡Que así sea!

Un fuerte abrazo.